Año CXXXVI
 Nº 49.691
Rosario,
sábado  14 de
diciembre de 2002
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Opinión: Las raíces del 20 de diciembre

Torcuato Di Tella (*)

El 19 y el 20 de diciembre van a quedar en la memoria colectiva como las jornadas que derribaron a todo un régimen. En realidad, esos días marcan una etapa de un proceso que no puede menos que desarrollarse en el tiempo, como el 14 de Julio en la Revolución Francesa, que es significativo sólo por lo que vino antes y por lo que vino después.
Pero, ¿contra quién fue la protesta? Aparentemente, contra el gobierno de De la Rúa, aunque sus raíces son anteriores. El episodio previo, que es el que determinó su caída, fueron las elecciones de octubre, cuando Diputados quedó en manos de la oposición, e incluso los representantes del propio partido del presidente estaban en contra de su política.
Es en ese momento cuando el gobierno quedó huérfano de opinión. Si se hubiera aplicado la Constitución, lo que correspondía hacer era designar a un jefe de Gabinete (justicialista) con verdaderos poderes. Hubiese implicado un cambio de gobierno ante una elección popular, aunque no de un Ejecutivo sino de una Cámara, que a su vez designa un Ejecutivo. Un sistema parcialmente parlamentario.
Si eso no se hizo fue, en parte, por la falta de acostumbramiento al nuevo ordenamiento constitucional. Sin embargo, la razón profunda es que el PJ no estaba preparado para agarrar la papa caliente que se le ofrecía, hasta que se vio obligado a hacerlo.
Pero hay que ir más atrás todavía: otro voto bronca fue la elección presidencial de 1999. Y éste, a su vez, se alimentaba por el malestar causado por una política económica que implicó miseria, desocupación y retroceso productivo. Si todo eso hubiera sido temporario, un trayecto en el desierto para al final llegar a la tierra prometida todavía hubiese sido aceptable. No así si al final se ve que lleva al suicidio colectivo.
Es contra esto, obviamente, que se dio el 20 de diciembre, y no contra episodios puntuales como el corralito. Esta medida financiera, y sus correspondientes cacerolazos, no voltearon a De la Rúa, ni mucho menos a Adolfo Rodríguez Saá.
Ningún gobierno puede caer porque se junten 30 mil personas en la plaza a protestar. Tampoco porque haya muertos en una represión. Más grave fueron los saqueos, que produjeron muchas más víctimas y afectaron a más gente: los que sufrieron sus efectos y los que pensaron, con razón, que ellos podían ser los próximos a caer.
No está claro quién estimuló o permitió esos saqueos. Pero sin la situación de hambre y miseria que existe en amplias zonas del país, empezando por el conurbano bonaerense, estos no habrían ocurrido, o hubieran sido mucho más fáciles de controlar.
Lo que hay que observar ahora es cómo siguen los fenómenos de protesta en las calles, que no van a amainar en el corto plazo sino que van a ser cada vez más violentos.
También hay que evaluar cómo la "revolución del 20 de diciembre" se expresa en la organización de otras fuerzas políticas o en la renovación de las existentes. Está ocurriendo, pero de manera demasiado disgregada. A menudo, pero no sólo en la izquierda, el dogmatismo o el personalismo impiden crear convergencias capaces de aunar suficientes voluntades. Superar esa maldición es la asignatura pendiente.
(*) Politólogo


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