Tal vez el verdadero inicio de la innecesaria frustración que resultó el contacto inicial de las jugadoras del seleccionado campeón de mundo con la prensa, fue la presencia de un grupo de madres. Se ubicaron desde temprano en el corazón de un espacio ambientado para realizar una conferencia de prensa. Una zona donde sólo debía haber periodistas, camarógrafos y fotógrafos. Pero también estuvieron las madres. Tal vez previendo la presencia de tantas cámaras de televisión -no menos de 20-, las madres de Magdalena Aicega, Soledad García, María Paz Ferrari y Mariela Antoniska, entre otras, desplegaron sus mejores oficios de mujeres coquetas y casi se ofrecieron ante las cámaras de televisión. Por supuesto, tuvieron prensa, aunque más no sea para matizar la espera de la campeonas. Después, ensayaron cantitos secretamente preparados entre las madres, repartieron sonrisas y recibieron a sus hijas después de muchos días, a tres metros de distancia y apenas separadas por la mesa cabecera desde donde debió concretarse una conferencia de prensa que nunca prosperó. ¿Podía ese encuentro de prensa fructificar con las madres de las campeonas superponiendo protagonismo con sus propias hijas? Razonablemente no. Queda para pensar, qué pasa con las madres argentinas cuando sus hijas mujeres obtienen logros deportivos superlativos. ¿Acaso se sienten dueñas de ese protagonismo? Es parte de los malos entendidos nacionales. Las únicas protagonistas deben ser las jugadoras.
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