Dolor y alegría. Es difícil definir la mezcla de sentimientos emanados del encuentro de dos madres: Gladys perdió a su hijo de 20 años en un confuso episodio policial y Beatriz le debe -de algún modo- la vida de su hija. En el medio Manuela, de 10 años, y un riñón de Carlos que vive en ella. Muerte y milagro. Difícil describir la escena en una humilde casa de Felipe Moré al 600, en la tarde de ayer, cuando estas tres mujeres se abrazaron y dejaron fluir la esperanza y el dolor dentro de un mismo cauce que se llama vida.
A mediados de agosto, la nena cañadense Manuela Teruelo fue trasplantada en el Hospital Garrahan de Buenos Aires por una insuficiencia renal crónica. El donante fue Carlos Gauna, fallecido el 9 de agosto de un disparo en la cabeza en un hecho aún no esclarecido. Ayer la pequeña, quien sabe que debe su vida a una donación voluntaria de órganos, viajó a Rosario a conocer a la familia del donante y participó de una marcha en la cual vecinos y familiares de Gauna insisten con su pedido de que se investigue lo ocurrido (ver página 17).
A media tarde Manuela y su madre llegaron a la casa de los Gauna, donde no sólo las esperaba la familia sino también una maraña de micrófonos pugnando por registrar algunas palabras de la -instantáneamente apabullada- niña. Beatriz tuvo que aclarar que su hija "no es tan tímida, charla mucho y es bastante pícara", aunque se la veía muy asustada.
Es difícil explicar la vida en sus múltiples acepciones. "Manuela no tiene papá, él murió cuando ella estaba en mi panza", contó Beatriz -que hace cuatro años formó pareja nuevamente- llena de vida con su embarazo de seis meses y una hija que, además de volver a nacer, pasó a sexto grado. A su lado, Gladys contaba que al enterarse que uno de los órganos de Carlos -el mayor de sus seis hijos- le había salvado la vida a una nena cañadense, ubicó a la familia y le escribió una carta. "Lo charlamos mucho en casa. Es una sensación muy rara saber que parte de tu hijo está acá -dijo mirando a Manuela-. Cuando abracé a Manuela tuve la sensación de abrazar a Carlos".
La emoción y los nervios no le impidieron mostrar a Manuela la ternura de una nena de diez años: "Tenía muchas ganas de ver a la mamá de Carlos y hace un montón que esperaba este momento", contó en voz muy baja. "Son emociones raras -la interrumpió su mamá Beatriz-, ella quiso siempre este encuentro. Cuando leímos la carta de Gladys le preguntamos a Manuela si quería conocer a la mamá del donante y nos dijo que sí. Si no, no la hubiera traído".
Los familiares de Carlos se enteraron del trasplante por una nota de La Capital. La descripción de los hechos les dejó pocas dudas sobre el origen del órgano que había recibido Manuela el día anterior. "Hicimos deducciones y contactamos a la familia a través de un compañero cañadense de otro de mis hijos, que juega al fútbol en Central. Aunque el dolor no me lo saca nada, al mismo tiempo estoy feliz de saber que ese órgano le sirvió a Manuela. Parte de mi vida está en ella. El riñón de Carlos le salvó la vida, porque Manuela se dializaba varias veces por semana", dijo Gladys. Y no dejaba de mirar a Manuela.
La decisión de donar
Carlos era donante de órganos desde los 16 años, pese a que Gladys no estaba muy de acuerdo. "Antes de recibirme de enfermera -recordó- hablaba mucho sobre estos temas con él. Yo era partidaria de donar los míos, pero siempre le decía que no estaba de acuerdo en que mis hijos, si les pasaba algo, donaran los suyos. Pero en el momento en que Carlos fallece y la psicóloga del Cudaio me dice que en el documento de él figuraba como donante, lo acepté; sabía que él así lo quería".
Manuela sufría un síndrome urémico hemolítico desde que tenía un año y medio de vida. En los últimos años su salud se había deteriorado mucho. En su peregrinar por sanatorios y hospitales estuvo en el Eva Perón de Granadero Baigorria, en el de la Mujer de Rosario, en un centro de salud de Santa Fe y en el Hospital Centenario rosarino. Actualmente debe hacerse controles mensuales.
La tarde siguió su camino y las tres mujeres fueron con ella. Una entrevista con el intendente rosarino Hermes Binner (ver página 17), una marcha pidiendo justicia por la muerte de Carlos, más abrazos, más lágrimas y fin del encuentro a las 21.30. Un encuentro del que tal vez ninguna de las tres sepa explicar el porqué, tal como a veces no se entiende dónde están los límites entre la vida y la muerte; entre el dolor y la esperanza.