Acorralado políticamente por la imposibilidad de revertir la crisis económica y los escándalos financieros en su país, Paul O'Neill renunció como secretario del Tesoro de Estados Unidos. El funcionario, que permanecerá en su cargo hasta que se defina su reemplazante, era un protagonista clave y polémico en las negociaciones entre Argentina y el Fondo Monetario Internacional (FMI). El presidente Eduardo Duhalde consideró ayer que el alejamiento "puede tener alguna importancia indirecta" en esas conversaciones pero recomendó "no magnificar" sus alcances.
La renuncia de O'Neill fue confirmada a primera hora de la tarde por el vocero de la Casa Blanca, Ari Fleischer, quien informó que también había presentado su dimisión el consejero económico del presidente George W. Bush, Lawrence Lindsey. El portavoz añadió que el gobierno lanzará una "amplia red" de consultas para designar a sus reemplazantes. Glenn Hubbard, jefe de asesores económicos de la Casa Blanca, y Wayne Angell, un ex gobernador de la Reserva Federal, son los que más suenan.
Polémico y duro, O'Neill es fiel representante del sector industrial más tradicional de Estados Unidos. Durante su período al frente del Departamento de Estado mantuvo un fuerte enfrentamiento con los inversores de Wall Street. Entre otras cosas, por los escándalos corporativos y la crisis de deuda de los otrora llamados mercados emergentes. Quizás por eso, las Bolsas neoyorquinas cerraron ayer con leves alzas.
Con el mismo tono de enfrentamiento, el funcionario siguió de cerca el colapso de la convertibilidad en Argentina, la devaluación y las negociaciones entre el gobierno de Duhalde y el FMI. Incluso, visitó el país a mediados de año. En este proceso, imprimió su sello a las relaciones bilaterales con declaraciones polémicas en las que aseguró que no se podía utilizar el dinero de los "plomeros y carpinteros" norteamericanos para auxiliar a un país que no había logrado desarrollar una industria en 70 años y advirtió que la plata prestada a cualquier país latinoamericano podría terminar en una cuenta suiza. Precisamente, una de las razones del alejamiento de O'Neill es el malestar de los plomeros y carpinteros norteamericanos por la persistente recesión en la primera economía del mundo. Se convirtió en la primera víctima de la reestructuración que motoriza Bush camino a la reelección.
Reacción en Latinoamérica
La noticia de la renuncia de O'Neill se convirtió en la comidilla de la cumbre de presidentes del Mercosur que se desarrolla en Brasil. Allí, precisamente, se firmó una declaración pidiendo al FMI que firme un acuerdo con Argentina. A pesar de su dureza, en los últimos meses el Departamento del Tesoro había dado algunas tibias señales de apoyo a Lavagna.
Duhalde pidió "no magnificar" el hecho, aunque aclaró que el alejamiento del funcionario "podría tener alguna importancia indirecta" en las negociaciones. Lavagna, en cambio, subrayó que "no debería incidir". Según señaló, "EEUU nos ha apoyado bastante hasta ahora".
Para Michael Shifter, vicepresidente del Diálogo Interamericano, un centro de investigación con base en Washington, el reemplazo de O'Neill "abre una oportunidad para un acercamiento más constructivo con América latina".
Rafael Ber, de la consultora Argentina Research, subrayó: "Si el FMI no cerró con Argentina fue porque Estados Unidos no quiso, porque cuando quiso arreglar con el dictador de turno o con el payaso del mundo, lo arregló en 30 segundos".
O'Neill, en una carta de tres párrafos dirigida al presidente Bush expresó que "ha sido un privilegio servir a la Nación durante estos tiempos difíciles", mientras que en una reunión con sus empleados por la mañana, comentó: "Hay muchas otras cosas importantes para hacer en la vida".
Los magros resultados de su gestión movieron a poderosos sectores del Partido Republicano a pedir a Bush su renuncia. Aún cuando heredó un superávit fiscal abultado, el gobierno norteamericano no consiguió reactivar la economía doméstica, ni siquiera a costa de expandir el gasto a través de la industria militar. Más aún, el renunciante secretario del Tesoro era atormentado con odiosas comparaciones respecto de su antecesor, Robert Rubin, cuya gestión gozó de un alto nivel de consenso.