Las asambleas barriales parecen replegarse hacia espacios bien focalizados de la acción política comunitaria. El cambio de estrategia decantó por el éxodo masivo de los sujetos sociales que le dieron entidad pública (los caceroleros) y por la convicción, acaso amarga, de la imposibilidad de mantener a la sociedad en estado de marcha permanente.
En pleno fulgor, Rosario llegó a tener medio centenar de asambleas populares. Actualmente el número decayó a la mitad. Las que quedaron se sostienen en una creencia básica, que sobrepasa aun el interés particular que persigue cada una de ellas: el rescate del valor social de la persistencia.
Están también los desencantados, los que pensaron que la clase media rompía el letargo y asumía por fin la responsabilidad histórica frente a los asuntos públicos; o los que imaginaron eternas caminatas para conseguir lo que todavía se mantiene como eslogan de campaña: "Que se vayan todos".
A casi un año de su gestación como fenómeno social, los que se fueron y los que siguen dieron su testimonio a La Capital sobre lo que queda de aquella excitación inicial.
"Somos menos, se perdió el entusiasmo, eso es evidente. Pero eso nos hizo replantear nuestros objetivos. Sin olvidarnos de los grandes temas, ahora hacemos trabajo intrabarrial", dice Raúl, de la asamblea Barrio La República, en la zona de Echesortu.
Ese trabajo acotado, asegura, está dando mejores resultados porque la gente concentra sus energías en temas específicos. Uno de ellos fue el plebiscito para rescindir el contrato de Aguas Provinciales, tal vez la única acción conjunta que emprendieron las asambleas.
"En el barrio logramos la adhesión de más de 4.000 personas. Cada voto que se juntó tiene un valor importantísimo, porque fue una cosa hablada y con toma de conciencia por parte de la gente", se entusiasma Raúl, a pesar de mostrar cierta amargura por el declive de las movilizaciones masivas.
A Rubén, en cambio, el ruido de las cacerolas le produjo agotamiento. El hombre militó activamente hasta abril en la asamblea Plaza Fausto Hernández (Fisherton) y ahora no sabe si todavía se siguen reuniendo; tampoco le preocupa averiguarlo.
"Muchas veces las asambleas eran tediosas y duraban como cuatro horas. Me terminó cansando, porque nos enfrascábamos en largas discusiones que no nos llevaban a ninguna parte, salvo para sacarnos la bronca en el momento", se sincera.
Pero ese no fue el único motivo para desertar. Sus ganas de participar se fue diluyendo en la medida en que percibió que las movilizaciones de los viernes hacia el Monumento eran cada vez más reducidas, y hasta responsabilizó por el fracaso a la falta de apoyo de los medios de comunicación que, a su juicio, conspiraron para que se produzca la diáspora asambleística.
Decantación natural
Fabiana, de la asamblea de la Plaza López, piensa lo contrario. Argumenta que la desmovilización fue un hecho natural, ya que no se podía contener en un mismo espacio a personas con intereses tan dispares.
"Al principio se acercaba gente preocupada por el CER, aquellas que habían sacado un crédito y temía no poder afrontarlo. Podía ser un ámbito de contención, pero no de solución a sus conflictos. Ellos fueron los primeros en retirarse, lo mismo que los jóvenes o los militantes desencantados que se acercaban para ver si podían sacar algún rédito político de la movida", sostiene en tono hipercrítico.
Ante esa fuga, dice Fabiana, se logró cierta homogeneidad, que se plasmó luego en un emprendimiento concreto: la creación de un mercado de productores y artesanos que aún funciona, sábados y domingos, en la Plaza López. También tratan políticas de inserción barrial y de ayuda en trabajos comunitarios.
"Además de tratar de sobrevivir con la venta de nuestros productos, procuramos darle un sentido político a lo que hacemos. Esto es, reconstruir los lazos sociales. Para mí ahí está el éxito de lo que quedó de las asambleas", reflexiona.
Eduardo fue uno de los fundadores de la asamblea Barrio Belgrano y a los tres meses se fue a su casa totalmente desencantado, además de aducir falta de tiempo por cuestiones de su trabajo. En algo coincide con lo que argumentó Fabiana: la filtración partidaria. "Me fui cuando noté que iba quedando gente con ideologías más marcadas, de izquierda, con conceptos para mí perimidos", se justifica, aunque no deja de reconocer en esos militantes la constancia aun a riesgo de terminar predicando en la nada.
El valor de la constancia es, precisamente, lo que reivindica Jorge, un entusiasta militante de la asamblea República de la Sexta. "Si bien es cierto que hay un reflujo de gente, ya está instalada como experiencia, y los que quedamos todavía estamos con todas las pilas puestas. Hemos tomado el territorio barrial como un espacio para sostener las convicciones que nos dieron origen", resalta.
Jorge dice que ahora están concentrados, entre otras cosas, en hacer colectas para los comedores del barrio, conformar bolsas de trabajo en donde los vecinos pueden trocar por lo que hacen o explicar, a través de un boletín de prensa, la necesidad de seguir bregando por una reforma política.
Reformar la reforma
Quienes han tomado con mayor seriedad este tópico son los integrantes del Foro Alberdi, uno de los espacios que logró reunir en su esplendor a más de 500 personas, y hoy reúne a apenas 30. Ellos decidieron especializarse en la reforma política, a tal punto que están terminando un proyecto de ley que pretenden presentar ante de fin de mes en la Legislatura santafesina.
"La cantidad de gente en las asambleas decayó por una simple razón: fueron a hacer catarsis de verano", dice desde el vamos Alberto Rouzaut.
A diferencia del resto de las asambleas, el Foro Alberdi no participó en el plebiscito por Aguas Provinciales, ya que consideraron que era entrar en un terreno con muchos intereses políticos digitados. "Esta actitud nos valió el mote de moderados", dice Alberto con cierta ironía.
Unos y otros siguen valorando, sin embargo, lo que aconteció en los primeros meses del año, cuando las cacerolas se transformaron en el arma que derrumbó a dos presidentes. Ahora ya no hacen tanto ruido, pero su eco persiste sin pretensiones exageradas.