Mauricio Maronna / La Capital
La tentación nacional de salirse de los manuales vuelve a poner al país bajo un enorme signo de interrogación. ¿Acaso alguien con un mínimo de sentido común podría suponer que los países europeos, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Tesoro de Estados Unidos podrían resetear sin más trámite la experiencia vivida en los últimos años y conceder el perdón de los pecados? La complicidad de los organismos internacionales de crédito (para quienes durante los 90 Argentina era un modelo a copiar) en el desplome de la economía los coloca hoy en posición de verdugos, y sobreactúan las exigencias hasta el paroxismo. Por más veranito coyuntural que exista. La residencia de Olivos volverá a vivir otro fin de semana salvaje, como sucedió durante los desgobiernos de Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá. Otra vez los gobernadores (abonando la teoría de que hoy el Partido Justicialista es más una confederación de liderazgos territoriales que un Movimiento Nacional Organizado) deberán socorrer al presidente para que el país no caiga definitivamente al vacío. Los mandatarios, que desde hoy comenzarán a ingresar por el enorme portón de calle Villate a la residencia de Olivos, tienen la obligación histórica de sostener a Duhalde, más allá de rencillas personales y desprecio por la manera en que el bonaerense maneja ciertos resortes del poder. En soledad, Duhalde y Roberto Lavagna se convierten en presa fácil para la insaciable dama de hierro del FMI, Anne Krueger. Lavagna barrena la ola en medio de una economía sombría: la conflictividad social disminuyó, el dólar se estancó y se advierte un importante aumento en la recaudación fiscal. Sin embargo ese remanso se convertirá en un mar bravío si la dirigencia no ofrece un mínimo gesto que apunte al consenso. La interna del PJ ya no solamente pone en jaque su verticalidad histórica, sino que amenaza con hacer estallar en mil pedazos cualquier signo de sensatez. La oposición se diversifica entre la pirotecnia verbal de Elisa Carrió y las proclamas sesgadas de Ricardo López Murphy. El radicalismo sólo reza (y juega a la lucha intestina) para evitar la extinción. Hoy, no se sabe cuándo habrá internas, cuándo habrá elecciones generales, quiénes serán los candidatos, cuáles son los programas, cuáles los padrones. Hoy sólo se sabe que nada es seguro y que, a este ritmo, las internas corren el riesgo de estar incubando el huevo de la serpiente. Con semejante cuadro, ¿quiénes se atreverán a invertir en un país al que a sus líderes se le soltó la cadena? ¿Adónde está la reforma política, la disminución del gasto político, la renovación dirigencial, los nuevos métodos de selección de candidatos? Un botón local sirve como muestra: la reducción a la mitad de los esperpénticos Concejos Municipales de Rosario y Santa Fe mostró el irreductible rechazo de los opositores al PJ. Pero en un aporte más a la confusión general, el mismo día en que se aprobaba ese trascendente proyecto, los diputados oficialistas no tuvieron mejor idea que introducir una tendenciosa reforma a la ley de lemas para evitar dolores de cabeza electorales. Ahora bien: ¿por qué el PDP, la UCR y el PSP se opusieron en el 2001 al decreto 1.345/01, que impedía en buena parte los estropicios de la ley de lemas? ¿Por qué esos mismos partidos (a través de sus apoderados) impidieron un mayor control en los avales de los sublemas por medio de los soportes magnéticos, facilitando la multiplicidad de firmas? Si hubieran aceptado esos cambios, el ARI trucho, por ejemplo, no hubiera existido. ¿Fue porque la reglamentación promovida por el gobernador Carlos Reutemann y su ministro de Gobierno de entonces, Angel Baltuzzi, evitaba el tráfico y canje de avales? Es tal el grado de desconcierto que campea en la política argentina que hasta el ponderado gobernador Carlos Reutemann no pudo resistir la tentación de romper su cadena de nones ante un programa televisivo que, precisamente, se ocupa de poner en ridículo a los políticos. "Fue un chiste, nada más", dijo ayer a La Capital una conspicua fuente del reutemismo. ¿Se dará cuenta ese buen señor que la política argentina no está para bromas?
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