Hollywood adora mostrar a Washington DC como la gran capital del mundo libre o mejor, como la capital del último gran imperio del mundo occidental. Sus imágenes suelen regodearse con los parques y monumentos que rinden homenaje a los héroes que forjaron la historia de Estados Unidos. En "Los Simpson", el sit-com que mejor retrata la vida cotidiana de los norteamericanos, la hija mayor de la familia, Lisa, viaja a la capital para participar de un concurso de composiciones sobre el espíritu de la "América libre". En su breve estada en la ciudad, igual que cualquier turista desprevenido, visita el Congreso nacional y comprueba, como sólo un Simpson puede hacerlo, que la catedral de la política americana no es más que una cueva de corruptos y lobbystas. Desconsolada, huye del lugar y su paseo sin rumbo la lleva hasta el monumento de Abraham Lincoln, donde recibe una lección de historia y patriotismo. La escena, en la que Lisa y Abe discuten sobre las virtudes y defectos de la democracia, revela el imaginario que la voraz maquinaria del cine construyó de Washington.
Para películas como "Mentiras verdaderas" o la más reciente "Triple X" Washington es una ciudad inmaculada que, bajo su fachada de pulcritud y perfección, esconde un complejo entramado de intrigas palaciegas y conspiraciones secretas capaces de dejar helada a la mismísima Guerra Fría. "Los expedientes secretos X", una de las series de televisión más populares de la última década, gira en torno de esa idea. Sus protagonistas, los agentes del FBI, Fox Mulder y Dana Scully, investigan casos que, aunque se revelan como fenómenos paranormales, en realidad no son más que evidencias irrefutables de la existencia de oscuros planes gubernamentales. Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad que la paranoia que alimenta sobre Washington la industria del cine.
Es cierto, la sede central del FBI queda en la ciudad, pero no asusta a nadie. Su imponente edificio, construido en hormigón armado y bautizado J. Edgar Hoover en honor a uno de sus célebres directores, puede visitarse a diario sin riesgo de ser puesto bajo la lupa por sus agentes secretos. Si bien las visitas guiadas a sus oficinas permiten conocer aspectos insospechados de la labor policial no son ni por asomo tan entretenidas como el Museo Internacional del Espionaje que, a escasas dos cuadras del lugar, entreabre una puerta al misterioso mundo de los agentes secretos. La muestra, que reúne la mayor colección del mundo de objetos usados en actividades de inteligencia, fue montada con un criterio de "parque temático" y resulta irresistible para el público. En sus galerías, ambientadas según las historias que cuentan, se puede ver el Aston Martin usado por James Bond en su última película y también conocer detalles íntimos de la conspiración soviética para robar la fórmula de la bomba nuclear a Estados Unidos.
Estilo Almodóvar
Pero el paseo por el centro, uno de los sectores donde en los últimos años se concentraron las inversiones destinadas a la remodelación de los edificios públicos, obliga a una parada en el hotel Mónaco para disfrutar de un café o una comida ligera en el bar ubicado en el luminoso patio interior del edificio. El hotel, uno de los más sofisticados y lujosos de la ciudad, está ubicado en el histórico Tariff Building de 1939 y, aunque respeta la arquitectura original, propone una decoración moderna que evoca el estilo kitsch de las películas de Pedro Almodóvar.
Cruzando la calle se encuentra la sede de los Washington Wizards, el equipo de básquet de la NBA que fichó al gran Michael Jordan. Además de deportes, el estadio propone una atractiva agenda de espectáculos que incluye desde recitales de rock hasta funciones de ópera y ballet. Pero, aunque usted no lo crea, el mayor atractivo es el paseo de compras, donde se puede adquirir merchandising oficial de la liga oficial de básquet profesional norteamericana.
Pese a sus múltiples atractivos, el "down town" no es la zona más popular entre los visitantes. En general, los turistas centran su atención en los edificios y monumentos públicos. Andar por la ribera del Potomac, el río que cruza el casco urbano, recorrer los parques poblados de cerezos y visitar los memoriales de Thomas Jefferson y Abraham Lilcoln son citas obligadas. Sin embargo, no hay paseo más encantador que el que propone el Mall, la amplia avenida que une el Capitolio con el Obelisco, un amplio espacio verde bordeado por los museos de la sociedad Smithsonian.
Allí se concentran los catorce principales museos que administra la institución. El más popular es, sin dudas, el Museo Nacional del Aire y del Espacio, donde pueden apreciarse desde la evolución de la aeronavegación a partir de los hermanos Wright hasta el módulo espacial que llevó al hombre a la Luna. Ver, en vivo y en directo, la evolución de las ciencias básicas es una experiencia única, aunque recorrer la Galería Nacional de Arte o dejarse maravillar por la evocación de la evolución de las especies que propone el Museo de Historia Natural no tienen nada que envidiarle.
Sobredosis de cultura
Después de semejante sobredosis de cultura el cuerpo reclama a gritos un regreso urgente a preocupaciones mundanas como comer y beber. El Café Atlántico, un restaurante latino de ambiente acogedor, ofrece platos que combinan en delicado equilibrio las especies mexicanas y los sabores frescos del Caribe. Pero lo que realmente distingue al establecimiento es su carta de vinos que, sin patria ni fronteras, se revela capaz de satisfacer los gustos más exigentes. Sin embargo, su menú encierra un riesgo: en sus amplias mesas de roble un almuerzo entre amigos puede extenderse horas, y más todavía si el paladar de los comensales se deja seducir por los aromas de la buena cocina.
Bajo la luz del sol Washington DC no puede ocultar el esplendor con que los arquitectos que diseñaron la ciudad imaginaron a la capital de Estados Unidos. Sin embargo, cuando caen las sombras y los edificios públicos encienden sus luminarias el paisaje urbano insinúa una vida nocturna misteriosa y seductora. Lejos de la solemnidad de la Casa Blanca y el Pentágono, escalas inevitables de todo programa turístico que se precie de serlo, cobra protagonismo el ajetreo de Adams Morgan. A lo largo de su calle serpenteante se concentran los bares que, por su variedad, ambiente distendido y buena música, eligen los jóvenes. Allí se emplaza el Rumba Café, un pequeño local atendido por rosarinos donde se puede comer parrillada y tomar cerveza Quilmes mientras se disfruta de la actuación en vivo de un grupo de salsa. Una sorpresa que a un rosarigasino de pura cepa puede piantarle un lagrimón.