La distinción principal de la ciudad a un artista nacional este año fue otorgada a Alejandro Puente, un pintor nacido en La Plata en 1933, de extensa trayectoria e indudable referente del arte argentino. El premio, organizado por la Fundación Museo Castagnino, fue discernido por la Academia Nacional de Bellas Artes y el viernes, a las 19.30, en el Museo Castagnino se inaugurará una exposición retrospectiva de sus obras. La particularidad de la distinción, consistente en un monto de 20 mil pesos que entregará la Fundación, es que una de las obras de Puente pasará a integrar el patrimonio de la ciudad. En las últimas décadas, la obra de Puente se caracteriza por una respuesta que dio el artista al mensaje de la modernidad desde la reinterpretación de la iconografía precolombina. Esta concepción tiene como punto de partida la confirmación que la abstracción geométrica constituía el punto entre el arte ancestral pero también de muchas de las producciones de los artistas europeos del siglo XX. Su formación no fue ortodoxa: entre 1958 y 1960 estudió teoría de la visión con Héctor Cartier, como alumno de la facultad de Bellas Artes de La Plata y tras un breve paso por el movimiento informalista durante los años 50, fundó el grupo Sí, junto a otros artistas platenses, entre ellos César Paternosto, con obras de intenso cromatismo y estructura geométrica. En 1964, junto a Paternosto, expuso en Buenos Aires una serie de obras, que lo llevaron al crítico Aldo Pellegrini a hablar de "geometría sensible", advirtiendo que estos artistas oponían a la frialdad y neutralidad del arte concreto, una nueva dimensión subjetiva cargada de textura y color. Su producción viró hacia el minimalismo en 1967 (de formas elementales y puras) pero sin ningún tipo de ortodoxia. Ese mismo año, obtuvo la beca Guggenheim por lo que se fue a vivir a Nueva York. Allí, en 1970 participó de la muestra "Information", realizada en el Moma, una de las primeras de arte conceptual. De regreso a Buenos Aires en 1971 retomó la pintura luego de haber reflexionado sobre la identidad. "La distancia con mi país y las diferencias culturales -explica- me dieron la posibilidad de pensar y sentir la necesidad de incluir en mi obra un referente de lugar, una identificación con el sitio; entonces advertí la relación de mi trabajo con las formas escalonadas de los tejidos o construcciones de las antiguas culturas prehispánicas". Esta vuelta fue un mirar, que lo llevó a relacionar aquellas formas iniciales ligadas a las vanguardias constructivistas con la investigación precolombina. Este cruce, marcado tanto por lo sensible como por la idea, aparece plasmado en sus últimas telas a través de plantas y fachadas de enigmáticos templos indígenas, que aparecen movilizados por minuciosas pinceladas y sutiles contrastes. Una propuesta que no excluye otros planteos iconográficos presentes en el arte textil y cerámico. La geometría, característica de las creaciones indígenas, es así confrontada con la propuesta vanguardista del siglo XX para ofrecer una síntesis despojada, sin pretensiones ilusionistas. En este sentido, Jorge López Anaya señala que "la pintura de Alejandro Puente es un paradigma, quizás el más significativo, de la búsqueda de un arte con rasgos regionales, sin anacronismo ni folclorismo alguno". El análisis de los textiles andinos ejerce una influencia notoria en la obra del pintor platense. El carácter geométrico y simbólico de los tejidos de Paracas, el refinado tratamiento de las fibras naturales y la inclusión de plumas a la trama se asimila a la producción de Puente. Es académico de número de la Academia Nacional de Bellas Artes y realizó muestras individuales en el país y el extranjero. En 1985 representó a la Argentina en la Bienal de San Pablo y en 2001 obtuvo el Gran Premio del Salón Nacional de Pintura.
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