Año CXXXVI
 Nº 49.665
Rosario,
domingo  17 de
noviembre de 2002
Min 18º
Máx 28º
 
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cartas
Matanza de perros

Los seres humanos, a mi entender, tienen una inexorable propensión a reiterar actitudes pasadas, casi siempre de muy cuestionable nobleza. Por ello, las conductas inmorales, dañinas y que perjudican a terceros o al entorno que nos rodea probablemente sean repetidas por las mismas personas si es que el nuevo contexto se los permite. Las reconversiones y perdones otorgados sólo excepcionalmente llegan a buen puerto, de modo que siempre existirá la posibilidad potencial de sufrir nuevas decepciones. Ciertamente podremos aplicar la siempre vigente teoría del cuervo, que cegará a su criador al menor descuido, no por desamor sino por naturaleza. Al enterarme de la infausta decisión del municipio de Comodoro Rivadavia de comenzar con la matanza de canes abandonados so pretexto de regular su población, me corrió un escalofrío pues la pregunta surgió espontáneamente:¿qué pasaría si en Rosario instalaran esa iniciativa? No debemos olvidar que aquí se cumplen algunas condiciones suficientes para ello: 1) si bien no existen estadísticas serias al respecto la población canina es a todas luces muy elevada y con índices de crecimiento alarmantes; 2) la ley provincial y su decreto reglamentario en el municipio que autorizaba los métodos de control poblacional animal en la vía pública (matanza) nunca fue derogada y está perfectamente en vigencia; 3) el patético desempeño del Imusa -que mayormente castra animales con dueño o instalados en hogares- junto a la desidia e incompetencia del Concejo Municipal en estas cuestiones, no permite encarar con seriedad profesional la cuestión; 4) el ex Instituto Antirrábico cuenta con toda la infraestructura y el personal intactos para recomenzar las tareas. Respecto a esto último y retomando los primeros párrafos, tengo la triste certeza de que si algún día surgiera aquí una orden de ese tipo, no existirían renuncias en el staff del Instituto de Sanidad Animal y por el contrario, a la velocidad del rayo se desempolvarían mecanismos de acción para cumplir tal ordenanza con la misma fruición y desvelo con que el cuervo carroñero y cegador observa a su presa inerte. Sólo un rechazo enérgico y unánime de la sociedad rosarina podría detenerlo, pero la indiferencia actual en nada contribuye. Me temo que a las puertas de esa ocasión toda queja o intento revisionista lleguen demasiado tarde.
Roberto Castaño


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