| | El cazador oculto: La canción más linda del mundo
| Ricardo Luque / Escenario
Sabina está vivo, y por eso y solamente por eso la discusión que de un tiempo a esta parte se desató con relación a si el rock está vivo o no quedó zanjada de un plumazo. Sí, por mucho que cueste creerlo, el rock no sólo está vivo sino que goza de buena salud. Durante un tiempo estuvo, como Sabina, en coma profundo, y su silencio y su rictus tieso hicieron pensar que había abandonado el mundo de una vez y para siempre. Pero no fue así. El corazón del rock, y su espíritu incendiario, todavía palpita salvajemente. Todavía puede encender una hoguera capaz de calentar al mundo hasta hacerlo jadear de placer. Y eso es así porque en algún lugar del planeta ahora, sí, justo en este momento, hay un hombre resuelto a arrancarle a su alma una confesión inconfesable y a su guitarra un riff furioso capaz de sacudir la pelvis de una estatua de sal. Sí, porque vaya a saber dónde, en La Habana, Buenos Aires o Madrid, Sabina está tratando de escribir la canción más hermosa del mundo. O mejor, mientras acaricia las cuerdas metálicas de la Strato, sueña con llevarse a la cama a esa chica de profundos ojos negros que lo mira mientras le regala una sonrisa desde el estaño de la barra del bar. Pero su sueño, como todos los sueños de los corazones en llamas, inevitablemente termina mal. Y con la resaca de la mañana se hace la luz y, sentado en el borde de la cama, se respira profundo porque, gracias al cielo, lo peor ha pasado. Sabina tiene razón, nadie mata por celos, nadie muere de amor y, sin embargo, ahora mismo, sí, justo en este momento, en un garage hay un chico aporreando una eléctrica mientras su garganta se hace añicos y su corazón se desangra porque ella, ella ya lo olvidó. Pero su voz en pie de guerra suena tan rockera como la de Mick Jagger en "Satisfaction", aunque no suene tan afinada. Y, sobre todo, porque con cada una de las palabras que escupen sus labios los músculos del cuello se le tensan y su cabeza, llena de ratas, parece a punto de explotar. Y finalmente explota, porque el rock no es rock ni está vivo si no explota en la cabeza, y eso es lo que pasa, precisamente, con el rock de Sabina.
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