Año CXXXV
 Nº 49.646
Rosario,
martes  29 de
octubre de 2002
Min 11º
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Reflexiones
Duros golpes a la ilusión

Osvaldo R. Arino (*)

El debilitamiento de las condiciones de vida y el deterioro del mercado interno iniciado hace cuatro años ha llegado a su punto culminante, un 53% de los argentinos está bajo la línea de pobreza y de ellos 1 de cada 4 son indigentes. Resultados estadísticos del Indec, conocidos en agosto, señalan con crudeza el drama que hoy aflige a la Nación. La certeza unánime de la gente es que la clase política resultó ser la responsable de tales infortunios. Las expectativas se centraron desde hace algún tiempo en las propuestas, proyectos y ofertas que se fueron propulsando en todas las escalas gubernamentales en pos de la reactivación económica, la superación del desempleo, la eliminación de la exclusión social y la pobreza, pero el desasosiego se ha instalado en el ánimo de todos, ante los fracasos que se fueron sucediendo.
Dos modelos, si bien dispares, clarifican estas conclusiones: el primero se refiere al plan económico del gobierno que, no previendo consecuencias y sin un programa coherente, puso fin a la convertibilidad, devaluando la moneda, con caídas de salarios, parálisis de la producción, fuga de capitales, inflación y desempleo, y ocasionó una de las crisis más profundas de la historia.
El segundo se relaciona con el Plan Estratégico de la Ciudad, iniciado hace ya siete años, como herramienta de gestión para incentivar las actividades productivas y atraer inversores, con la intención de amalgamar la ciudad de las oportunidades, del progreso y del trabajo, que a través de promesas y fastuosa promoción nos sumó a todos, sueños de esperanzas e ilusiones y que, por el contrario, la realidad de hoy con rigor indica que 6 de cada 10 rosarinos están desocupados, que la indigencia infantil supera el 39,4%, que la inflación acumulada al mes de julio, según el Ipec, fue del 60,8%, que existen en la ciudad sectores con importantes carencias de básicos servicios y un cinturón de villas que se estima en alrededor de un 20% de la población.
Se trata de ejemplos que señalan erráticos caminos adoptados, destinados a similares objetivos e indicativos del rol de una dirigencia que no sólo se mostró incapaz de resolverlos, sino que terminó siendo cómplice de los mismos. Y el ilusorio error de nuestra parte fue el de suponer que soluciones mágicas con muchas palabras y escaso contenido técnico pudieran resolverlas.
Sin embargo, debemos admitir que la crisis actual no es sólo consecuencia de estos tiempos, sino que se ha venido gestando con políticas recesivas desde hace ya varios años. Las estadísticas señalaban a 1976 con 22 millones de habitantes y 2 millones de pobres, mientras que en el 2002 indican a 37 millones de argentinos y 18,5 en estado de pobreza, con excepción de la década de los 90 en que el índice descendió debido a la estabilización de los precios y al incremento notable de la actividad productiva, con récord del Producto Bruto Interno, según publicaciones de las Naciones Unidas. Revirtiéndose la situación a partir de 1998 con descenso hasta diciembre del 2001, mes a partir del cual comenzó la debacle y que los críticos atribuyen como causas principales: al estado en que el gobierno recibió el país, la declaración del default sobre la dudosa deuda externa e interna, el cierre de los mercados financieros y el fin de la convertibilidad.
A la vista de los hechos descriptos y pronósticos emitidos, con políticas como las actuales, con gobernantes sin ideas, incapaces de fomentar en las condiciones vigentes actividades productivas que requirieran gran demanda de mano de obra tales como la construcción masiva de viviendas e infraestructuras, algunas actividades agrícolas, artesanías o la promoción de las pequeñas y medianas empresas, inhabilidad para adaptar la legislación laboral a las necesidades del empleo, con débil poder político y sin mercados de capitales, difícil resultará recuperar el anhelado crecimiento.
No es casual entonces que el pueblo advertido de ello, pida a viva voz la caducidad de los mandatos bajo el slogan "que se vayan todos". Cierto es que el país necesita la reforma del Estado y un recambio gubernamental, pero todo deberá efectivizarse dentro de los procedimientos democráticos establecidos por la Constitución nacional con la renovación intercalada de los cargos y la duración diferencial de los mandatos. De la forma requerida podría significar la asunción circunstancial de un poder dictatorial que algunos oportunistas aún en actividad y por ende responsables de todo lo que nos pasa pretenden imponer. Pero el gobierno, percatado de tal intencionalidad, abrió un registro para todos aquellos que quisieran retirarse, y lo curioso resultó ser que nadie lo aceptó, echándose por tierra una vez más la ilusión de un pueblo hoy acongojado y perplejo ante tantos infortunios.

(*) Arquitecto


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