Lloviznaba y estaba oscuro, pero varios vecinos de Puente Gallego vieron la pelea. A Carlos Alberto Mezaro lo sacudieron a golpes hasta que no tuvo reacción. Eran los mismos dos que terminaron arrastrándolo, semidesnudo, por un caminito que bordea un horno de ladrillos, atraviesa una barranca y llega hasta el borde del Saladillo. Estos dos elevaron el cuerpo inmóvil y con el último esfuerzo lo tiraron al arroyo. El impulso hizo que ellos mismos resbalaran al agua aunque salieron enseguida. Anoche la policía exploraba la orilla norte. Pero el joven que sufrió la paliza, de 23 años, no aparecía. Ni dentro ni fuera del agua.
"Tengo cinco hijos. El que falleció, Carlitos, es el del medio", decía en un murmullo Ramón Carlos Mezaro, ayer a la tarde. Nadie en forma oficial daba por muerto a su hijo ni podía hacerlo. Pero él sí. "Me despertaron a las 4 de la mañana para avisarme que una vecina vio cuando lo golpeaban y lo tiraban al arroyo. Hasta ahora no volvió a casa. ¿Qué pudo pasar si no? La única explicación es que está muerto", decía con ojos enrojecidos y una lógica difícilmente rebatible por esas horas.
De toda la secuencia que terminó con Carlos Mezaro en el agua no había, hasta anoche, una reconstrucción sólida. El posible inicio arranca con el robo a una mujer que esperaba el colectivo 131 en la placita de Puente Gallego, a dos cuadras de Ovidio Lagos al 7800. La mujer fue despojada por tres jóvenes. "Los testimonios indican que son los tres que luego pelearon. Pero no determinamos si Mezaro participó del robo", dijo ayer el comisario principal Jorge Quiroz, jefe de la comisaría 18ª.
Luego de ese hecho los tres muchachos, que habían aguantado la noche con mucha cerveza, se enfrentaron por alguna causa que no está aclarada. Fue una riña desigual y Mezaro cayó bajo un huracán de puñetazos y patadas. Esa pelea fue en la placita donde el 131 tiene la última parada del recorrido. A Mezaro, previamente, le habían sacado la ropa.
Como una bolsa
Una vecina que ayer declaró en la seccional 18ª vio cuando el muchacho quedaba sin aliento. Y también cómo lo arrastraron como una bolsa por el caminito embarrado hasta el cauce del arroyo. Ayer a la tarde, alrededor de esa zona descampada salpicada de unas pocas casas humildes, varias personas dijeron a La Capital estar al tanto de lo ocurrido. Pero aseguraban no haber visto nada. Unos pibes que tomaban cerveza a metros de donde empujaron a Mezaro decían no haber visto ni bomberos ni policía buscando el cuerpo.
Después de las 18 se arrimaron a la zona un par de patrullas. Una dotación de bomberos, dijo Quiroz, había rastrillado a la mañana. La policía detuvo por la tarde a Damián Pinto, de 23 años, quien quedó imputado por la desaparición de Mezaro. Era, según los testigos, uno de los que había peleado con él. El otro participante de la golpiza no había sido ubicado. "Pero está identificado", agregó el jefe de la 18ª.
Ramón Mezaro, de 47 años, pasó la fría tarde de ayer en la guardia de la comisaría, con el cuerpo agitado por un visible temblor. Llegó en la bicicleta con canasto que usa para cirujear y arrimar unas monedas a los 150 pesos mensuales que recibe como jefe de hogar sin empleo. Ya tenía consigo la ropa de Carlos. "Me dieron una campera clara, un pantalón jean nuevo y una remera roja que le regalé yo. Pero faltaban las zapatillas", musitaba.
Mientras estaba en la guardia pudo ver al único detenido por lo que le pasó a su hijo. "A ese pibe no hará un mes que le sacaron un yeso del pecho. Fue porque asaltó a un repartidor, que volvió a buscarlo y le pegó varios balazos", contó con una voz que parecía más allá del dolor y no reflejaba rencor. "Ya lo tenían perdido en el piso. ¿Para qué lo tiraron al agua?".