Cada vez que llueve, la vida se vuelve aún más ingrata para los cerca de 8 mil habitantes del barrio "de la hermana Jordán", como ellos mismos prefieren nombrarlo. Es que en el amplio predio de casi cuarenta manzanas que se extiende en la zona noreste de la ciudad, todas las calles son de tierra. Entrar después de una lluvia es imposible. La pobreza es un común denominador que se esparce por los pasillos y se instala con fuerza en la costa del arroyo Ludueña. Allí, en precarias casillas de chapa, conviven numerosas familias cuyos hijos rara vez tienen la oportunidad de calzarse una zapatilla. El cirujeo es la fuente de ingresos por excelencia, el agua llega a través de "canillas públicas" y la luz gracias a algún peligroso enganche clandestino. Así se vive en barrio toba, un populoso asentamiento a sólo veinte minutos del centro.
El lugar tiene características especiales. Si bien la mayoría de sus habitantes pertenece a la comunidad toba, también hay "criollos", chilenos y paraguayos que ocupan distintos sectores. Así, el predio que se extiende desde Génova hacia el norte y desde Campbell y su prolongación hasta el arroyo Ludueña, está dividido en tres zonas: Centro Comunitario, Juan Pablo II y Sagrado Corazón.
El primero es habitado básicamente por la comunidad toba y se extiende desde el corazón del barrio hasta la vera del arroyo Ludueña. Se trata del lugar más pobre, en el que las casillas de chapa y madera con piso de tierra se esparcen con velocidad. "Cada día llega alguien nuevo", admite una colaboradora de la hermana María Jordán.
En el sector Juan Pablo II, en tanto, predominan las casas humildes pero de material. Es básicamente el lugar elegido por los criollos y ocupa el extremo noroeste del barrio. Allí hasta es posible ver casas con antenas de Direct TV y costosas aberturas.
El tercer sector, Sagrado Corazón, es el más poblado por paraguayos y chilenos, aunque también entre los pasillos es posible encontrar a varios criollos. Ocupa la zona oeste del barrio pero se esparce hacia el norte hasta el límite con la avenida Sorrento.
En cada punto hay códigos específicos pero a todos los identifica un triste denominador común: la pobreza.
Tratar de estar mejor
Francisco tiene 26 años y vive junto a su mujer y sus tres pequeños hijos a escasos veinte metros de la barranca del Ludueña. "Llegué hace un año del Chaco y le compré este pedazo de tierra a un vecino por 15 pesos", dice mientras se apoya en uno de los parantes que sostiene la precaria casilla de chapa que levantó con sus manos.
Sobre una de las paredes laterales colgó un cartel de "quiosco", pero el humilde emprendimiento no alcanzó los niveles de ganancia esperados. "Lo abrí la semana pasada pero lo voy a cerrar. Quería ver si podía ganar algo para no tener que cirujear, pero saco tres o cuatro pesos por día que no me alcanzan para nada", admite.
La mayoría de los habitantes del barrio cobra planes de empleo, pero los voluntarios que trabajan en el lugar confiesan que cada vez que pagan los subsidios el espectáculo "es penoso". "El sábado pasado levantamos a seis mujeres que estaban tiradas en la zanja totalmente borrachas", aseguran.
Si bien en el lugar hay varios comedores comunitarios, por entre los pasillos también crecen las huertas, donde es posible cultivar de todo. "Por suerte vos acá tirás cualquier cosa y crece", se alegra Vicente Godoy, un santafesino que alguna vez trabajó en la construcción y ahora hace 10 años que está desocupado. Tiene ocho hijos, cobra un subsidio y asegura que "el barrio es muy tranquilo. Acá no se ve a la policía que llega a detener a alguien, hay mucha gente trabajadora", remarca.
El lugar más caliente
Todos los voluntarios señalan al "puente negro", un sector ubicado en el extremo norte del barrio, como "el más caliente. Eso es directamente un aguantadero, hay reducidores y ladrones", aseguran. Es más, según sus teorías, los problemas del barrio se originarían allí. "Los adolescentes suelen consumir drogas (cocaína y marihuana) de pésima calidad, además de mucho Poxirrán", confiesa una voluntaria.
Se los suele ver en grupos de diez o quince matando el tiempo junto a alguna botella de cerveza en las múltiples canchas de fútbol que pueblan el barrio.
A pocas cuadras de puente negro vive Isabel González, una mujer de 28 años que llegó hace seis de Villa Ocampo (Santa Fe) junto a su marido. Su casa sobresale del resto. Es de material, tiene contrapiso y luce en el techo una antena de televisión satelital. "Ahora la vamos a sacar porque aumentó mucho", dice, mientras corta el pasto del terreno, a metros de donde se apoya una pileta de plástico.
"Al principio vivíamos en una casilla de chapa, pero después mi marido consiguió trabajo en una constructora y empezamos a progresar", explica.
Su vecino, Miguel, también tiene una casa de material que sobresale del resto. "Acá somos todos laburantes", asegura, mientras señala el sector del barrio conocido como Juan Pablo II y remarca que "el predio es muy tranquilo".
Es que así es el barrio de la hermana Jordán. Un lugar en el que conviven unas 8 mil personas, no hay una sola cuadra asfaltada y pese al cuadro general de pobreza, también hay diferentes clases sociales. Una realidad ditinta a sólo veinte minutos del centro.