Leonardo Graciarena / Ovación
"Quisiera que esto dure para siempre", como canta Juanse liderando a los Ratones Paranoicos. Argentina cumplió con otra parte importante de su contrato con la historia. En la segunda fase jugó, gustó y estremeció a todos. Fue 3/1 ante Bulgaria e Italia; pero también metió miedo a propios y extraños en la apertura ante un Japón que fue el que puso al monstruo de diez mil cabezas del Luna Park al borde de un ataque de nervios en un ajustado 3/2. Argentina redondeó un invicto de seis juegos. Está parada ante la historia mirando con hambre de gloria la epopeya del 82 y sólo dos triunfos lo separan de la posibilidad de lograr una medalla. El equipo de Carlos Getzelevich ya está entre los ocho mejores del mundo a fuerza de contundencia, de poderío mental, garra y, por qué no, un corazón generoso. En segunda fase el sexteto, que lentamente parece transformarse en el equipo de todos, comenzó a ganarle la pulseada a su peligrosa doble personalidad. Arrancó dando miedo frente a Japón. Un equipo accesible en los papeles que casi se transforma en inexpugnable. Sin jugar bien, Argentina sacó adelante un partido terrible. Pero cualquier fanático sabe que cuando se juega mal, es preferible ganar a perder. Y Argentina ganó. Después vino la resurrección ante el poderoso equipo búlgaro que se llevó del Luna una paliza. Y terminó siendo un equipo maleducado que le faltó el respeto a un grande y mandó a Italia, tricampeón en ejercicio, a jugarse el pase a las semifinales contra Brasil. El equipo terminó mostrando sobre el campo una personalidad arrolladora, que hace ilusionar. Cuando toma el centro del cuadrilátero, como lo hicieran Carlos Monzón, Ringo Bonavena o Víctor Galíndez en el Luna, la cosa toma colorcito a victoria. Es ahí cuando emociona con los ataques de un excelso Milinkovic; la coherencia de la dupla Weber-Ferraro en la conducción; la contundencia de Elgueta; la solvencia de Spajic, de Bidegain y de ese símbolo interminable que es Conte. La entrega de Meana, el líbero, y de cualquiera de los que saltan del banco para sacar las papas del fuego, llámese Patti, Porporatto, Darraidou o Giani. Esa Argentina está para lo que su mente le permita imaginarse. Cuando los jugadores dejan todo sobre el terreno se hace difícil jugar con calificativos que enmarquen. Garra, corazón, amor propio, personalidad... Los muchachos pusieron lo que hay que poner... Todo deja gusto a poco. El que alguna vez lloró con un gol en un clásico o por un penal en contra, un córner corto que no se cobró, un tiro de tres que boqueó el aro, un motor que explotó o un bloqueo que cerró el sueño, sabe que Argentina está entre los ocho mejores del mundo porque desafió su realidad y puso sobre la mesa lo que hace diferente a un equipo de otro. Ahora viene Francia, que es mejor que enfrentar a Brasil, pero no es un partido que está ganado ni mucho menos. Los franceses habitan en el universo del vóley en un lugar muy parecido a Argentina. Tanto es así que el ránking de la Federación Internacional los coloca tres lugares detrás del equipo argentino, en el décimo puesto. De la mano de Granvorka (Nº9), Antiga (7), Daquin (3), Kieffer (17) y Capet (8) los galos volvieron al Mundial después de 12 años. En Brasil 90 fueron octavos. En la clasificación derrotaron 3/1 a Túnez, 3/1 a Rusia y cerraron con un 3/2 ante Bulgaria. Ya en Santa Fe y por la segunda fase derrotaron 3/0 a Holanda, cedieron el "uno" en la clasificación sin atenuantes ante Brasil (0/3) y lograron el derecho a jugar frente a Argentina ganándole a la República Checa por 3/1. Es un equipo que, como Argentina, creció a partir de su participación en la World League. En el marco de la paridad, en la edición 2001 de la Liga Mundial se vieron las caras cuatro veces con una división perfecta de triunfos y derrotas. De visitante el equipo de Getzelevich redondeó un fin de semana de 50%, al ganar y perder por 3/1. En el Luna la historia fue calcada hasta en el marcador: un 3/1 para cada equipo. Es preferible jugar con Francia a hacerlo con Brasil, pero que la soberbia nacional no impida ver que quizás para el entrenador Phillipe Blain sea preferible jugar con Argentina antes que con Italia. La única verdad es la realidad. El que gana sigue. El que pierde, a llorar al culto del quinto puesto. Argentina demostró que quiere más. Quiere entrar en la historia. También es real que en partidos tan parejos como el que se viene se hace imprescindible que el monstruo de diez mil cabezas, teñido de celeste y blanco, en el que se transforma el Luna aparezca una vez más.
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