Pablo F. Mihal / La Capital
Porque estuvieron convencidos de lo que querían. Porque apostaron a sus fuerzas y eligieron correctamente los caminos. Porque supieron aprender de sus errores y sobreponerse a los malos momentos. Porque fundamentalmente pensaron y actuaron en grande, Jockey Club Rosario goza hoy de un nuevo lauro, el de volver a ser el mejor equipo de rugby del interior del país, nada menos. Repitiendo la hazaña del 2000, el conjunto verdiblanco volvió a escribir su nombre en la historia del rugby nacional al vencer a Universitario de Tucumán en un partido durísimo, quizás no tan bien jugado, pero emotivo hasta las lágrimas, típico de una gran final. Sólo los grandes se establecen con tendencia sedentaria en los lugares de privilegio. Y lo de Jockey no sorprende ya que aumentó sus abultadas estadísticas con otro significativo título que revalida sus ricos antecedentes. En ese sentido, este bicampeonato marca la confirmación de un rumbo que se estableció con firmeza a nivel institucional hace más de 10 años y que derivó en un protagonismo escénico omnipresente a nivel nacional. Fueron muchos los factores por los que el equipo de Fisherton coqueteó nuevamente con la gloria, pero los más importantes fueron la unión del grupo y el compromiso en pos de un objetivo común. Fecha a fecha fue mostrando sus atributos, y jornada a jornada se fue abrazando con más fuerza a lo que primero fue un deseo y que tiempo después se convirtió en una realidad tan tangible como el título mismo. Jockey elevó e impuso entre los clubes más importantes del Interior un estilo auténticamente rosarino, con un implacable trabajo de desgaste de los forwards y con la exquisita finalización de los temibles tres cuartos. A la seguridad del sistema defensivo, que tanto rédito le dio en otras ocasiones, le sumó actitud ofensiva y un gran poder de fuego para llegar al try. Fue un equipo, pero a nivel de individualidades también pudo lucirse. Tremendamente eficaz en el ataque y agresivo también en defensa, el equipo de Trevisán, Baraldi y Crexell ganó cuatro de los cinco partidos que disputó. En todos, más allá del resultado ofreció una actitud elogiable. En el recambio que sufrió el conjunto de Fisherton (si bien no culminó), muchos jugadores se afianzaron en sus puestos y fueron de un aporte invalorable para el grupo convirtiéndose algunos de ellos en protagonistas. Por citar ejemplos valen los casos de Woelflin y Bosco en la primera línea, Andrés Cavallieri en la segunda; Carlos Preumayr, Ignacio Galán y Gonzalo Lascurain en la tercera; e Ignacio Salamanca y Nacho Paganini en la línea de backs. La experiencia de jugadores como Silvetti, Palou, Amuchástegui, Barrandeguy y Lluch en los forwards y de Fradua, Spirandelli, Amelong ó D'Angelo en los backs hicieron de este plantel un conjunto equilibrado. Mención aparte merece la pareja de medios. Sebastián Preumayr y Alberto Di Bernardo volvieron a mostrar un nivel superlativo y lo demostraron a lo largo de todo el torneo. El primero le sumó a esa agresividad que le es propia la capacidad de conducción. Di Bernardo, en tanto, fue en el Interior otro jugador. Volvió a lucir su mejor nivel, tanto a la hora de tomar decisiones como a la de aplicar su fuerte, la utilización del pie. Este equipo no tuvo misterios. Jugó a lo que sabe y lo hizo bien. No se complicó con ambiciones desmedidas. Sometió a sus adversarios con solvencia a través de sus virtudes y supo disimular con inteligencia sus defectos. Por eso este bicampeonato consagra con justicia al mejor del certamen. Pero además, exalta una forma de vivir, sentir y jugar el rugby. Un rugby integral, dinámico, consistente y efectivo, que le permite a Jockey superar antagonismos filosóficos internos a través de una necesaria reconciliación entre su expresión colectiva y su respetada tradición rugbística.
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