La última experiencia mundialista del vóleibol, Japón 98, dejó una dolorosa huella para el seleccionado argentino, que arribó al archipiélago con enormes expectativas y se despidió ruidosamente con un 11º puesto que tuvo el color del fracaso. Daniel Castellani, al frente de la segunda generación del vóleibol argentino, conformó un equipo con nombres que encerraban una promesa. La solvencia del armador Javier Weber, el poderío del atacante Marcos Milinkovic y la jerarquía del opuesto Juan Carlos Cuminetti eran los principales argumentos. Las expectativas no tuvieron correlato en los resultados ni en el rendimiento. Argentina fue al Mundial con una meta definida: mejorar el octavo puesto obtenido en los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996). La decepción fue tan grande que a nadie le importó haber mejorado en dos lugares la posición del Mundial anterior, Grecia 94, donde el seleccionado había concluido 13º. Argentina tuvo un buen arranque: victorias sobre Irán (3-0) y Polonia (3-1) y una derrota previsible ante Cuba (0-3) en la fase inicial, desarrollada en Sapporo. En Hiroshima, el seleccionado debutó con éxito en la segunda etapa al vencer a Japón (3-1). Argentina empezó a pagar caro el precio de sus vaivenes: cayó ante Bulgaria (3-2), un verdugo habitual en aquellos tiempos; se llevó una inesperada derrota ante Canadá (1-3); superó a Corea (3-0); y fue doblegado por Cuba (3-0), España -la sorpresa del torneo- (3-1) y Brasil (3-1). Después, en la reubicación, perdió con Estados Unidos (3-2) y cerró la campaña con una victoria impecable, la mejor del torneo, frente a Canadá (3-0). Cinco victorias y siete derrotas. Fallaron algunas individualidades como Cuminetti, Weber y Jorge Elgueta, y también la actitud del plantel que, por momentos, se derrumbó sustancialmente. La campaña fue mal digerida. Tras la inesperada derrota con España, Milinkovic, Weber y Cuminetti dejaron la titularidad en los dos encuentros siguientes y eso generó más tensión. El enfrentamiento público entre Milinkovic y Castellani marcó el pico más áspero en la interna de un seleccionado que vivía un clima de conventillo. "Somos una banda que no juega a nada", lanzó Milinkovic, caliente después de la derrota con Canadá. Fue una de las pocas coincidencias que tuvo con Castellani, que reconoció que esa actuación argentina "fue un papelón". El traumático final del Mundial anticipó el epílogo de un ciclo que, formalmente, iba a concluir un año después. "Es el técnico o yo. No hay lugar para los dos", amenazó Milinkovic. En el 2002 Milinkovic será el capitán del equipo y Castellani apenas un mal recuerdo para muchos de los integrantes del plantel. (Télam)
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