 |  | cartas Siempre es tarde cuando se llora
 | Si el espíritu de un hombre está alimentado por el furor de figurar, su felicidad no dependerá de él sino de los demás: de la opinión que le tengan y del lugar que le den. En cuanto al modo, tendrá que ser un actor, es decir, representar un papel en el teatro de la vida. Esto no significa que para progresar deba fingir y engañar. Pero si al afán de reconocimiento personal se agregó el deseo vehemente de poder y riqueza, entonces será capaz de cualquier cosa para satisfacer sus ansias. La codicia suele ir acompañada de temores: el de perder lo que se posee y el de no obtener lo que se desea. Este es quizás más acuciante en aquel que pretende ser más de lo que puede y en el que anhela volver a ser lo mucho que fue. Lo mismo ocurre en el teatro de la política. Hay actores sospechados de aprovechar las funciones públicas para asegurar su futuro y el de varias generaciones de descendientes, explotando y arruinando a sus conciudadanos y desacreditando a su país. Algunos parecen no poder tolerar que también otros y no solamente ellos sean los autores del desastre nacional y se desesperan para conservar o recuperar sus puestos. Cuando entremos al cuarto oscuro tenemos que divisarlos a tiempo y no reaccionar como tantas veces recién cuando los tenemos encima. Siempre es tarde cuando se llora. Carlos Alberto Parachú
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