Año CXXXV
 Nº 49.603
Rosario,
lunes  16 de
septiembre de 2002
Min 8º
Máx 17º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Editorial
Repensar el Estado

La revelación -noticia principal de la tapa de La Capital de ayer- de que en Santa Fe un empleado raso de la Empresa Provincial de la Energía cobra un haber superior al del director de un hospital y el doble que un agente de policía se erige en el mejor de los ejemplos posibles de los despropósitos que esconde la estructura estatal de la provincia. Si a ese dato, contundente en sí mismo, se le agrega que un agente del Poder Judicial percibe en promedio 3,7 veces más que un educador salta a la vista que la falencia es de carácter conceptual y que eliminarla depende de una reforma profunda, sustentada en un criterio nuevo.
Hace mucho tiempo que desde diversos y representativos sectores se realizan advertencias sobre el sinsentido flagrante que constituyen las disparidades salariales en Santa Fe, que acarrean -sin duda- una notoria dosis de injusticia. Porque no hace falta más que apelar al sentido común para comprender la enorme diferencia de obligaciones y responsabilidades que existe entre quien tenga a su cargo el hospital Centenario o el Provincial y un operario de la EPE. Claro que la solución al problema no es sencilla: demanda un fuerte consenso social y ejecutores lúcidos, que no abundan en el pantanoso terreno en que se ha convertido la política argentina.
La función del Estado en cualquier sociedad civilizada debe vincularse imprescriptiblemente con el bienestar de los ciudadanos. En este país, como consecuencia de una cultura clientelista, se lo ha convertido con harta frecuencia en un feudo donde gobierna el señor de turno. Y cuando quien accede al poder es dueño de intenciones sanas, se encuentra con múltiples obstáculos de índole jurídica o burocrática que le impiden plasmar cualquier modificación de fondo a la situación que ha heredado.
Por tal razón, se requiere un pacto social. Sólo cuando exista una coincidencia masiva en torno del cáncer en que se convierte un Estado mal planeado y peor conducido, que demanda altas erogaciones y no contrapresta eficiencia, será posible emprender el arduo camino de los cambios. Pero mientras los generadores de ideas continúen instalados en el cómodo diván de la demagogia, y sean escuchados por adeptos a los discursos milagreros, difícilmente algo mejore. El interrogante que desvela a muchos es: ¿hasta dónde será necesario caer para que la sociedad se decida, de una vez, a enfrentar y resolver este problema?


Diario La Capital todos los derechos reservados