El derrumbe económico castiga sin piedad todos los hábitos de consumo de los argentinos y en particular la ingesta de alimentos. Así lo corroboran datos estadísticos provistos por organismos gubernamentales, los cuales están en sintonía con el crecimiento del índice de pobreza debido al achicamiento de la capacidad de consumo de la población a medida que suben los precios (ver aparte). Los argentinos consumen hoy un 1,1 por ciento menos de alimentos que el año pasado, y algunos productos clave ocupan mucho menos lugar en heladeras y alacenas de los hogares, como la carne de cerdo, que cayó un 38 por ciento; el pollo, cuyo consumo retrocedió un 29%; y los lácteos, que fueron para atrás un 20 por ciento. Los datos oficiales surgen de un relevamiento de coyuntura efectuado por la Secretaría de Agricultura, que monitorea en forma permanente indicadores de producción, comercialización y consumo de los principales productos de origen agropecuario. En rigor, los hábitos de consumo tienen un comportamiento estacional y sujeto a los hábitos cambiantes de la población. Pero en este caso queda clara la existencia de una ligazón muy fuerte del fenómeno con el achicamiento del poder adquisitivo de la gente, habida cuenta de que los ingresos permanecen congelados mientras que en los primeros ocho meses de 2002 los precios aumentaron un 37,8 por ciento en Buenos Aires y el conurbano y un 66 por ciento en Rosario. Es más, los productos alimentarios subieron en la metrópoli un 67 por ciento durante el mismo período, mientras que en la ciudad llegó a un 78 por ciento, según el indicador que elabora el Instituto Provincial de Estadística y Censos (Ipec). Del retroceso de los indicadores de consumo sólo se salva la carne vacuna, que experimentó una leve caída. Los principales cambios fueron: Carne porcina: A mediados del año pasado cada habitante consumía a razón de 7,5 kilos anuales, tomando en cuenta tanto a los cortes frescos como al fiambre y los chacinados. Doce meses después, en julio último, ese indicador se precipitó un 38,7 por ciento, para quedar en 4,6 kilos por habitante. El precio de los cerdos en el mercado mayorista se disparó de 0,94 centavos por kilo en diciembre pasado a 1,69 pesos en julio, más de un 80 por ciento, y por cierto no tardó en impactar sobre las góndolas de carnicerías y supermercados. Carne de pollo: Si se comparan los seis primeros meses de 2002 con igual período del año pasado resulta que el el consumo anual de pollo por habitante cayó de 25,7 a 18,2 kilos, es decir un 29,18 por ciento. En los mostradores, el precio de la carne de pollo se duplicó a partir de la devaluación. Productos lácteos: Los indicadores dan cuenta de una caída del orden del 20 por ciento en el consumo, ya sea como leche fresca o transformada en alguno de sus derivados: leche en polvo, quesos, dulce de leche, yogur y manteca. Durante la década del 90 el consumo de leche per cápita había trepado de unos 185 litros anuales a 230 litros, pero ahora retrocedió por debajo de los 200 litros. En materia de precios, la leche en sachet tuvo un incremento de precios del 65 por ciento desde diciembre de 2001 y los quesos un 100 por ciento. Huevos: En 2001 cada argentino comía 157 huevos al año pero ahora sólo 146, es decir, un siete por ciento menos. En tanto, el precio del producto aumentó desde la devaluación un 70,5 por ciento, de acuerdo al último relevamiento del Instituto Provincial de Estadísticas y Censos. Carne vacuna: La suba de precios se ubica en orden del 80 por ciento, aunque varía según los cortes. Según los cálculos de la Secretaría de Agricultura el consumo se achicó de 63,9 a 63,2 kilogramos anuales por habitante. De todos modos, algunas estimaciones privadas hablan de una caída del 4 por ciento. Otro dato revelador de la caída de la demanda de alimentos de origen animal es la menor participación de la carne vacuna dentro de las ventas totales en los supermercados. Entre enero y mayo, las carnes representaron el 10,4 por ciento del monto total facturado por los híper, contra el 11,5% de igual período del año pasado.
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