Año CXXXV
 Nº 49.595
Rosario,
domingo  08 de
septiembre de 2002
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Editorial
Otra advertencia clerical

En esta Argentina estragada por la crisis, el crédito del cual gozaban las principales instituciones de la sociedad se ha visto seriamente recortado. Las más perjudicadas -y este hecho debe lamentarse- son aquellas que se vinculan con el ejercicio de la democracia, que han sido salpicadas por el profundo desprestigio de las actuales dirigencias políticas. En ese marco de ausencia de referentes, que debería desembocar en una tan imprescindible como demorada renovación, pocos son quienes asoman con el nivel de autoridad moral necesario como para emitir opiniones y ser escuchados con atención y respeto.
La Iglesia Católica conserva, dentro de ese desértico paisaje, su capacidad de hacerse oír a partir de dictámenes emitidos con voz fuerte y clara. Días pasados, desde Roma, tres obispos que participan de la Mesa del Diálogo Argentino realizaron un severo llamado de atención sobre el presente nacional. Después de aludir al país actual como una "fábrica de pobres", el concepto fue contundente: "Si no lo hacen los gobernantes, el cambio lo hará el pueblo".
Cuando las palabras son precisas convierten en innecesarias a todas las paráfrasis. La aparente sordera de no pocos integrantes de la clase política, que continúan enfrascados en cuestiones de poder mientras parte importante de la población se debate en la más cruda pobreza, es merecedora de justificado rigor por parte de los representantes de la Iglesia. No está el país para frivolidades, ni para dar la espalda a la dureza de los hechos. La severidad del reto es acorde, sin dudas, con la gravedad de lo que se reprocha.
La excepcionalidad de las dificultades por las que atraviesa la República necesita de un paralelo en los remedios que se apliquen para salvarla. La crucial salvaguarda de las instituciones, sin embargo, puede verse afectada si quienes las representan no sólo fallan en su cometido sino que, además, demuestran que la honorabilidad es un valor del pasado. En este momento, más que nunca, deben aflorar los hombres. Desde abajo hacia arriba, en todos los estamentos sociales, con la ineludible misión de reencauzar a la Nación en el rumbo que históricamente se merece.


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