Año CXXXV
 Nº 49.595
Rosario,
domingo  08 de
septiembre de 2002
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Kenya: Cabalgatas por el Masai Mara
Recorridos entre animales salvajes por la sabana africana

Aquella "Africa Mía" que Karen Blixen describió en un libro que después se convirtió en una película de amor, aún existe en el joven continente negro. Se la encuentra en los safaris que llegan a la reserva del Masai Mara, en Kenya, donde los animales merodean por la agreste belleza de la sabana africana.
Es preciso dominar el caballo para acercarse y cabalgar entre los animales salvajes, y para galopar en los campos abiertos, lejos de todo. Es allí donde se experimenta una sensación de libertad que hace sentir al jinete parte del paisaje.
Al salir de Nairobi -ciudad en la que hacen base todas las excursiones-, se atraviesan las fértiles tierras de los Kikuyus, los nativos del país. Desde allí el camino baja hasta el espléndido Rift Valley y sube hasta el acantilado Mau y hasta Narok, la capital de los Masai.
Así se llega al primer campamento en las laderas bajas de las colinas Loita, situado entre altísimas acacias. Ellos, no se sabe porqué, las llaman "acacias de fiebre amarilla". Ellos son los Masai, los acompañantes que arman y desarman campamentos. Para muchos, los verdaderos protagonistas de esta aventura.
Camino hacia el segundo campamento, el de Olare Lamun, es frecuente encontrar las primeras jirafas, cebras y gacelas. Y más adelante, ya en las cercanías del ecosistema del Masai Mara, hay más chances de toparse con búfalos y elefantes.
Mientras tanto, al borde de la reserva espera el campamento de Olare Rock, donde siempre se escucha el rugido de los leones y el grito histérico de las hienas. Las cabalgatas, dos al día, salen muy temprano, a la mañana y a la tardecita, porque esas son las horas en que los animales caminan entre la fronda.
La opción es emprender una expedición en Land Rovers para tomar fotografías. El cuarto y último campamento está al pie del acantilado Sirisa y a orillas del río Mara; por allí cerca se escucha el gruñido incesante de los hipopótamos.
Con el sol aún alto se emprende el camino hacia Deloraine atravesando las enormes plantaciones de té de Kerisho, y se llega a la hospitalidad de una casona en pleno campo, donde los desayunos son ingleses y los caballos pura sangre.
Desde allí -a dos horas y media de Nairobi- se visitan los parques nacionales Nakuru y Bogoria, famosos por sus flamencos. Una comarca en la que también hay chanchos africanos y monos colobus.
En los safaris que comienzan en Deloraine uno de los campamentos está emplazado junto al pantano Morijo, cerca de la frontera con Tanzania. Otro en Leshua, una zona árida y pedregosa por la que hay que cabalgar lentamente, y el último en Barkitabu.
Kenya no tiene inviernos ni veranos marcados; tiene temporada seca y húmeda. Las lluvias se abaten sobre la sabana hasta mayo, cuando el calor también amaina. Entonces comienza el tiempo de los placeres: el de cenar con velas bajo el cielo ecuatorial y tomar duchas calientes a la luz de la luna.



Animales pasean en libertad por la sabana africana.
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