Año CXXXV
 Nº 49.591
Rosario,
miércoles  04 de
septiembre de 2002
Min 5º
Máx 16º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






Una lenta e inacabable carnicería de combatientes
Se comieron órganos conservados en alcohol, después los caballos, y por último, entre ellos

Muchos de los soldados murieron congelados y, casi 200 años después, sus esqueletos todavía se abrazan unos a otros en un vano intento por entrar en calor. A otros los mató el hambre. Están en Vilna, en una de las mayores tumbas colectivas de la historia. Muestran con horror una de las epopeyas más asombrosas de la historia militar: la derrota de la Gran Armada de Napoleón y su tortuosa retirada de Rusia durante el crudo invierno de 1812.
En un artículo de Adrew Roberts publicado por el diario español El Mundo, se precisa que nunca antes se había encontrado un enterramiento de soldados de la armada francesa de tal envergadura. Aun así, este grupo de hombres no representa más que una pequeña parte de los casi 80.000 que perecieron en los alrededores de Vilna.
Rimantas Jankauskas, el antropólogo que desentraña los restos de la sepultura, cuenta que los soldados de Napoleón pasaron tanta hambre que llegaron a asaltar el colegio médico de la ciudad, robaban los órganos conservados en alcohol para las clases de anatomía y se los comían. Los estudios dentales que se han hecho a los cadáveres evidencian que muchos de ellos aún eran adolescentes.
El 24 de junio de 1812, el emperador cruzaba el río Niemen y se adentraba en Rusia a la cabeza de un ejército de más de 450.000 hombres. No contó Napoleón con la astucia de los comandantes rusos. Conducidos por el mariscal príncipe Kutuzov, se negaron a dar a los franceses la satisfacción de librar una batalla campal. En su lugar, condujeron a los invasores al interior de sus vastos territorios, se extendieron e hicieron vulnerable al enemigo.
La táctica provocó no pocas controversias entre el alto comando ruso, descontento con que antiguas ciudades como Smolensk fueran evacuadas.
Cuando el 7 de septiembre se abrió finalmente fuego en el pueblo de Borodino, cerca del río Moskva, las tropas rusas defendieron con fiereza sus posiciones ante el asalto frontal de Napoleón. Aquel enfrentamiento le costó la vida a 40.000 rusos y 30.000 franceses, casi un tercio de los combatientes. Una semana después, el 14 de septiembre, Napoleón entraba en Moscú. Estaba convencido de que los rusos harían pronto un llamamiento de paz.
Tan pronto como su armada acampó en Moscú cuyos habitantes habían sido evacuados precipitadamente, la ciudad comenzó a arder en llamas.
Muchos de los aliados de Napoleón (18 países tomaron parte en la invasión de Rusia del lado de los franceses) comenzaron a inquietarse y a desertar. Al mismo tiempo, los rusos sobre todo el ejército de Kutuzov, formado por 110.000 hombres al sur de Moscú, cerca de Kaluga se envalentonaban y creían más que nunca en la victoria.
Cuando Napoleón reconoció por fin que el zar no deseaba un acuerdo de paz era demasiado tarde. Las tropas francesas se retiraron hacia Smolensk el 19 de octubre, pero el invierno, la temible caballería cosaca y en ocasiones los lobos parduscos de los inmensos pinares rusos comenzaban a cercar a un ejército cada vez más andrajoso, hambriento y desesperado.

Hasta el más puro canibalismo
Uno de los supervivientes, el comandante Christian von Faber du Faur, un talentoso artista que creó una visión histórica sin precedentes sobre la absoluta destrucción de la Gran Armada, relata implacable las escenas de esqueletos decapitados, cosacos al ataque, cuerpos congelados, pueblos en llamas y campesinos asesinados.
Se cuenta que en aquella angustiosa retirada los franceses descubrieron el sabor de la carne de caballo. Cuando aquel peculiar manjar se acabó, el instinto de supervivencia se avivó hasta tal punto que desembocó en el más puro canibalismo.
El comandante Kausler recordaba cómo las tropas francesas retrocedían intentando cruzar el río Beresina el 28 de noviembre. "Una única idea se apoderó de la multitud, la de alcanzar el puente. Y con tal intención los fugitivos se mostraban dispuestos a acabar con cualquier obstáculo y fuerza que se les cruzara en su camino, fuese un amigo, un superior, una mujer o incluso un niño. Se lanzaba a la gente a las congeladas aguas del Beresina o se les empujaba entre las llamas de las casas que ardían cercanas al puente". Por si todo ello no hubiera sido suficiente, los rusos comenzaron a disparar sus cañones sobre el puente.
La monstruosa escena empeoró aún más con la caída de la noche, cuando un destacamento de ingenieros franceses de la orilla más lejana destruyó el puente, "dejando al resto (hombres, caballos y armas" a merced de los rusos. Todo aquel que se quedó en la orilla equivocada fue masacrado. Un total de 30.000 franceses perdieron la vida en aquel paso.

Ninguna huella de humanidad
Una semana después se libró una batalla cerca de Oschimany. La valentía exhibida por los franceses fue desbordante pero el comandante Kausler también informó de una "idéntica crueldad y repugnante egoísmo". A los enfermos y moribundos se les arrebató la ropa y se les dejó fallecer en la nieve. El instinto de supervivencia había desdibujado toda huella de humanidad en los corazones.
En conjunto, más de 400.000 soldados franceses y aliados perecieron durante la ofensiva. La Gran Armada finalizó muerta de frío, desfallecida de hambre y extenuada por la lucha; los restos humanos encontrados en Vilna no son más que el testimonio de su heroísmo y desmedido orgullo.


Notas relacionadas
Hallaron una gigantesca fosa común de soldados napoleónicos en Vilna
Una pintura del horror
Diario La Capital todos los derechos reservados