Año CXXXV
 Nº 49.590
Rosario,
martes  03 de
septiembre de 2002
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El rifle Castellano y sus disparos sin revancha
Alegrías, tristezas y regreso del uno canalla

Alejandro Cachari / La Capital

A un profesional de fútbol, en el que todo parece efímero, resuelto, casi rutinario y poco afecto a las emociones, resulta extraño verlo conmoverse. Hernán Castellano se estremece ante cada sensación que lo vincula con Central. Desde el debut con Racing, pasando por el dolorosísimo destierro, hasta este presente de gloria.
"Estuve un año parado por la lesión de ligamentos cruzados. Estaban Bonano, Abbondanzieri, Ayuso y después teóricamente venía yo. Lo vendieron a Tito a River y fui al banco en el primer partido. A las tres o cuatro fechas Cedrés se le cayó encima al Pato y lo lesionó. Atajé hasta el final del campeonato. En ese torneo jugué el clásico que se suspendió cuando perdíamos 2 a 0. En el primer tiempo fui a cabecear un córner, ¿te acordás?... Don Angel casi me mata. Me dijo que estaba poniendo nervioso a todo el equipo. Tenía razón. En ese momento no lo veía así, pero con el tiempo me di cuenta de que estaba equivocado".
El tiempo, la experiencia, el carretel desandado. Cambiaron muchas cosas en el temperamento del Rifle. Ama a Central, pero tiene los pies sobre la tierra.
"Salió la posibilidad de ir a Jujuy y justo don Angel quería al Tano Barrella. Hicieron el trueque mano a mano y me fui. Pero en aquel torneo, cuando debuté en Central, le atajé el penal a Diego (Maradona). En ese partido también fui a cabecear, pero faltaba un minuto. Ahí empecé a tener fama de atajapenales. Pensar que en las inferiores no había agarrado ni uno, ni siquiera podía adivinar el palo. En el primer partido para Gimnasia le atajé un penal a Gorosito. Atajé cinco seguidos, increíble. Cada vez que había un penal me ponía medio incómodo porque me empecé a crear la obligación de tener que atajarlos".
Los recuerdos surgen como si se tratara de un futbolista con 20 años en primera. Los ojos se humedecen. La cabeza se mueve cada vez que aparece la imagen de aquel clásico perdido en el Gigante. El rostro revive cuando la historia lo devuelve a su hábitat, el arco de Central.
"Me costó irme, me fui llorando, no quería. Pero noté que me habían hecho a un lado y no quedaba otra. Todo lo que hice mientras no estuve fue para que me vieran los técnicos de Central, los directivos. Tenía la esperanza de convencerlos para poder volver. Pero era muy difícil, había grandes arqueros: el Pato, el Tati, Sessa, y los que venían de las inferiores que también eran buenos como Tombolini. Siempre dije que regresar era jugar en un equipo grande y no cualquiera ataja en un grande".
El presente lo encuentra en la cúspide, pero como él mismo reconoce, "la tristeza y la alegría salen del mismo pozo". Hoy es el arquero del equipo que rompió el maleficio, pero hace muy poco tiempo integraba la lista negra de los que deberían emigrar.
"Generalmente pasa con los mayores y los que se dicen que son representativos de un grupo. Tuvimos un problema en la pretemporada de Tandil y supuestamente yo había encabezado la decisión de regresar antes. Pero fue grupal... Me vino muy bien atajarle el penal al Beto Acosta sobre el final del campeonato en el Gigante, no te digo que me haya salvado eso, pero más o menos".
El fútbol casi siempre se encarga de entregar historias reconfortantes, cambiantes, de angustia y revancha, de gloria y olvido.
"Esto no es una revancha. La verdad es que me siento orgulloso por todas las cosas que pasé. Mi carrera no fue simple ni nada por el estilo. De entrada me tuvieron que operar dos veces de los ligamentos cruzados y gracias a Aparicio y a Campillo puedo estar jugando en primera. Estuve dos años parado, debuté tarde porque estaba detrás de Bonano, Buljubasich y Abbondanzieri. Parecía que no íbamos a jugar nunca, o que sólo le iba a tocar a uno".



"Aprendí a respetar a la gente que va a la cancha". (Foto: Daniel Carrizo)
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