"A mediados del 89, un productor agropecuario de apellido Torrero, harto de presentar denuncias por el robo de cabezas de ganado que mermaban su hacienda, viajo a La Plata para elevar sus quejas a las más altas autoridades policiales. Llevaba nombres y apellidos. Quizás, los datos tan certeros que aportó fueron su sentencia de muerte. Un domingo por la tarde, en hora de misa, a Torrero lo pasaron a buscar por su casa. Vivía en Nación entre Alvear y Las Heras, pasando la embotelladora Cifa. Intentaron secuestrarlo pero no contaron con su resistencia. Lo mataron a tiros en la esquina de su casa. Por el homicidio resultaron detenidos un tal Cafiero, apellido común en la zona, y uno de los Marcatelli, sospechado de haber participado de un par de asaltos a bancos".
El párrafo pertenece al libro "Mano dura, crónica de la masacre de Villa Ramallo", escrito por Horacio Cecchi. El texto está en la página 81 y se refiere al contexto de presunta complicidad entre delincuentes y policías que se daba en la zona norte de Buenos Aires, especialmente en la departamental San Nicolás, previo al episodio con final trágico que actualmente se juzga en los Tribunales Federales de Rosario. En esas líneas se advierte el nombre de "uno de los Marcatelli", el mismo que ahora fue apresado por el robo al banco Bersa de Corrientes al 300, en el microcentro rosarino.
Y también el nombre de la "embotelladora Cifa", una empresa asaltada por una banda de la cual participó Martín Saldaña, uno de los asaltantes que tomaron el Nación de Ramallo y que fue apresado tras la masacre. Aunque horas después apareció misteriosamente ahorcado en la celda de la comisaría ramallense.
En aquel enfrentamiento, a Saldaña le imputaron haber matado a un oficial de apellido Lemos. Y por ello, al menos un testigo del juicio sostuvo ante La Capital que a Saldaña la bonaerense "se la tenía jurada".
| |
La Ciudad
