-En su primer libro sobre fútbol, usted se quejaba del escaso estudio que los intelectuales habían hecho del deporte. ¿Qué cambió en estos seis años? -La queja de ese momento, de que estaba todo por hacer, ya no puede sostenerse. Uno podría seguir argumentando la cosa paranoica y marginal, típica de todo intelectual, y decir que a uno lo siguen discriminando y que el objeto fútbol sigue siendo menor. Sigue estando más o menos mal mirado, pero ya es legítimo, aunque siga siendo poca la gente que trabaja en esto. Hay también un reconocimiento institucional. Ya no es un campo virgen, aunque sigue siendo un campo poco desarrollado respecto de lo que podía hacerse. -¿Qué rol jugaron los medios en esto? -Creo que hay cierto agotamiento del discurso periodístico. Por un lado sigue funcionando el mito de que los intelectuales no saben de fútbol, pero por el otro esto hoy suena ridículo. Creo que tiene que ver con que el periodismo deportivo es periférico respecto del discurso periodístico, al menos desde la legitimación e importancia. Y sin embargo es central desde la facturación. El periodismo deportivo se sabe relegado de las cosas importantes, porque no se acepta que alguien de ese terreno escriba sobre el Mercosur, pero también se sabe dueño de un campo que es valorado en otros términos, porque el deporte es la mercancía por excelencia. Y no quiere ceder ese dominio. Por un lado, siempre está el prestigio que da la consulta a un sociólogo, pero por el otro dejaron campo fértil en el tema violencia, porque se encontraron con que ya no sabían qué decir. -¿Cómo es esto? -Más allá de la vulgata generalmente discriminadora que habla de "los violentos", se encontraron con un fenómeno que crecía. Además hay otros periodistas deportivos, más jóvenes, que leen, que investigan y que valoran el trabajo de los intelectuales.
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