-¿Qué mirada tiene de la incorporación de la mujer al fútbol? -Se trabajó mucho. En algún momento afirmamos que pese a eso, había un espacio al que no podía acceder, que era al fierro, al paraavalanchas: la mujer no podía subirse a los fierros. Hasta que apareció una. Diría que hay tres niveles: como espectadoras, como hinchas y como la representan los medios. No puede cuantificarse porque nadie sabe cuántas van a la cancha. Pero ya no pasa por llevar a la novia o a la esposa. Ya hay militancia de chicas de 15 a 25 años. Hay bastiones de resistencia que se van doblegando. El aguante sigue siendo cosa de machos, igual que el liderazgo operativo de las barras. Una investigadora trabajó mucho con la hinchada de Independiente, hasta que logró subir al micro. Pero la pusieron a hacer sandwiches. -Debe haber algo de disputa en aquello del saber. -Se relaciona con la disputa saber-amar. En la cultura occidental, la pasión es un lugar femenino por excelencia. En el fútbol se invierte, porque la pasión y el saber son sitios masculinos. La mujer no tiene derecho a saber, porque nunca jugó y no puede sentir como uno. A esto ayudan las mujeres, que envidian a los tipos por la pasión que pueden sentir.
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