Héctor Laurada / Télam
El tiempo pasa", "todo cambia", dos frases más asociadas a interpretaciones de Mercedes Sosa que al fútbol mismo, son tomadas con distinto sentido por un ferviente admirador de la cantante tucumana como César Luis Menotti, quien pese a ser el técnico argentino más veterano en actividad, sigue siendo el mejor. Justamente en este momento, a horas de que Marcelo Bielsa, un habitante de la vereda rosarina de enfrente respecto de la que hoy ocupa y siempre amó Menotti, renueve su vínculo con el seleccionado argentino, el Flaco vuelve a ser noticia simplemente por seguir haciendo lo que hace años. Cuando Carlos Bianchi se queda nuevamente sin la posibilidad de alcanzar la máxima graduación como entrenador nacional y Bielsa pide y consigue que le abran camino a una revancha que solamente podrá concretarse dentro de cuatro años, Menotti llega con el club de sus amores a la cima del torneo Apertura. Y precisamente él, que fue quien consiguió darle organización al trabajo de los seleccionados nacionales a partir de que fue contratado por la AFA en 1975 para ocupar el sitio que ahora seguirá disfrutando Bielsa, se muestra ahora como el mejor entrenador disponible para ese lugar para el que está vetado porque "así somos los argentinos". Porque tanto Menotti como Carlos Bilardo, los únicos dos campeones del mundo con mayores, están vetados por el famoso e indescifrable "ya fueron", que a la luz de los hechos que refleja la actualidad no se sabe bien qué significa. Sólo hace falta fijarse en lo que está haciendo Menotti con el bisoño equipo rosarino para comprender que su sabiduría futbolística no forma parte del pasado, sino que permanece más vigente que nunca, aunque por su filosofía inalterable en el tiempo parezca a contramano del "correr mucho y jugar poco" que proponen los especialistas modernos. El Flaco, un fenómeno a prueba de calendarios, se quedó sin lateral izquierdo por la lesión de Germán Rivarola y entonces, a contrapelo de lo que hubiera realizado cualquier otro en el mismo caso, buscando un central para cubrir el bache, optó por situar en esa posición nada menos que Emiliano Papa, un volante con más características ofensivas que defensivas. Pero atención que Papa jugó de tres-tres, no como uno de esos laterales volantes tan en boga a partir de la mentirosa línea de tres que muchos pregonan como ofensiva, pero terminan transformándola en una de cinco a la primera de cambio. O sea que Menotti pensó que, a pesar de jugar de visitante con Lanús y ante la carencia de un jugador con características ofensivas, lo esencial era dotar de otro hombre con buen pie y el mismo o mayor espíritu atacante. Pero no hizo esto por un lado para tomar recaudos por el otro, sino que también liberó por el costado derecho a Paulo Ferrari, y a punto tal lo hizo que el cuatro (como le gusta identificarlo al Flaco) se terminó convirtiendo en el goleador del equipo. Nada menos. Y como el grupo estaba plagado de juveniles, Menotti habló, como sólo él sabe hacerlo, con Pablo Sánchez, lo sacó del ostracismo y lo convirtió en la figura de la cancha conduciendo los hilos del equipo. El resultado de todo esto, para los que apelan a esa palabra como un elixir mágico que todo lo puede, también aporta más flores para el ya sexagenario entrenador, y no precisamente porque ese sea el apellido del arquero de Lanús que recibió media docena de tantos centralistas. Es que "jugando bien siempre es más fácil ganar", aunque sea lejos de casa como ayer, según una máxima inmodificable de la doctrina menotista. "El tiempo pasa", es cierto, y también que "nos vamos poniendo viejos". Pero desde la dignidad y las convicciones no es cierto que "todo cambia". El Flaco no modifica su ideario futbolero a pesar del tiempo, porque sabe que lo suyo vale. Porque "el fútbol es como la vida". Por eso tampoco varía eso de que sigue siendo "el mejor de todos".
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