Rosario, 18 horas. Polonia acaba de vencer a Portugal en Wroclaw y se clasifica a la ronda final de la Liga Mundial. Argentina afuera, el milagro no se producirá. La tarde es fría y el sol ya cae desmayado detrás de los árboles del parque Independencia. Nada importa. Miles de jóvenes se agolpan en las inmediaciones del estadio cubierto de Newell's. Juega la selección en Rosario y el rito va más allá de los logros. "¡Banderas, gorros, vinchas, posters de Milinkovic!", grita el vendedor. Hay muchos y venden. La demanda no entiende de crisis y la gente va y va. Compra, idolatra, crece la euforia. El reloj marca las 20. Ya es de noche y de lejos se ve el micro que traslada a los muchachos. Ellas lo divisan y buscan el encuentro. Una batucada los recibe al estilo brasileño. Pero son los chicos argentinos y con su grupo de fanáticos. Afuera hay mucho revoloteo. Adentro el calor y los gritos aturden. Juega la selección en Rosario y el rito va más allá de los logros. Ya casi no cabe un alfiler y aún falta media hora para el inicio. Las boleterías cuelgan el cartelito de entradas agotadas. Casi 9 mil personas están adentro. Muchas, muchísimas adolescentes. Exito de taquilla para unas vacaciones de invierno que acaban de finalizar. Salen los jugadores al ritmo del presentador de turno. Aplausos, gritos, desesperación y silbidos para Brasil que ya piensa en jugar la fase final en su casa y con su público. El partido aún no comenzó, pero la euforia que se mezcla con histeria no puede contenerse. Juega la selección en Rosario y el rito va más allá de los logros. Comenzó el juego y ahora todo es griterío. Pega Elgueta y se festeja. Pega André y se silba. El locutor sigue el juego de la pasión. Los puntos van y vienen. Y gana Brasil. No importa, juega la selección y el rito va más allá de los logros.
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