Salta (enviado especial). - La frase sonó tan contundente como sorpresiva en el desprevenido juvenil futbolista: Nene, ¿te gustaría jugar en Central?
-¿Quién yo?
Sí, él. El pibe de piernas combativas de Unión, el equipo de su Alvarez natal acababa de deslumbrar a Omar Palma en esa tarde incandescente en Granadero Baigorria allá por el 98.
"Si querés te esperamos el lunes en la ciudad deportiva", le dijeron. Y Leonardo Talamonti no dudó ni un segundo en avisarle a papá René que se buscara un nuevo ayudante de carpintería para lustrar puertas, trato de ser lo más dulce posible para no lastimar a mamá Malena por si acaso, tiró al diablo los apuntes de cuarto año de la secundaria, armó el bolso imprescindible y empezó a transitar los 25 kilómetros que separan Alvarez de Rosario. Tenía 17 años y la esperanza florecida. Y eso que todavía no se imaginaba el peregrinar por la pensión de la ciudad deportiva, ni el destierro fugaz de la familia, ni la segunda fundación de su ilusión cuando Daniel Teglia se hizo cargo del plantel de primera y apostó a uno de sus niños mimados de las divisiones inferiores.
"Me inicié jugando en cancha de once cuando el técnico era Clemente Cordero. Después tuve a Roberto Settecasse, Gerardo González y por último a Daniel Teglia. Qué época esa de las inferiores, cómo nos divertíamos con los pibes de la pensión. Cómo cocinaba Mary. La verdad, extraño muchísimo esos momentos. Pero el fútbol es así, luché tanto en la vida para conseguir llegar a primera, que ahora que llegué es lógico que tenga que resignar algo. Y mirá que la tuve que remar bastante".
Talamonti introduce su historia de vida en la charla con Ovación y entiende que todo ese esfuerzo está siendo pagado con creces.
Para el Oveja los libros a veces mordían. Hasta tercer año lo hizo fenómeno pero cuarto y quinto le devolvieron la idea de que la pelota era su única materia preferida. Eso sí, jamás se rateaba, a lo sumo se pegaba un faltazo cuando la rutina convocaba la clase de física o literatura. Aunque su paso por el colegio le dejó un puñado de amigos que hoy cuando Central se lo permite los pasa a saludar.
"Al principio venía bien en la escuela, hasta tercero no me llevé ninguna materia. Pero en cuarto y quinto me descarrilé, me gustaba salir de joda y no estudiaba nunca. Así y todo pude terminar quinto en Baigorria cuando ya había fichado para Central. Pero el fútbol siempre fue mi vida, en ese sentido mis viejos lo tenían bien claro", completa apenas el primer fascículo de su biografía. Y agrega: "Con los chicos de la pensión estuve hasta que llegó Menotti. Como la primera empezó a practicar en Palos Verdes y yo no tenía en qué ir me tenía que pagar un remis todos los días y era imposible, si todavía no cobraba ni un viático. Le planteé esto a mis viejos y les pedí si me ayudaban a ponerle gas al auto así podía viajar todos los días desde mi pueblo a entrenar".
En apenas tres meses, potenciado por la llegada del Flaco Menotti, Tala construyó su consolidación ladrillo a ladrillo, hasta sacar chapa de defensor con perfil metedor y tan firme para marcar como para enarbolar la personalidad sanguínea en cualquier cancha. Pero primero tuvo que indigestarse con el manjar insulso que le propuso el ciclo del Patón Bauza.
"Cuando hubo aquel problema entre Bauza y Palma, que el Patón después terminó quedándose con la cuarta división, yo tuve que agachar la cabeza y volver a jugar en la local. En ese momento se me vino el mundo abajo. Por suerte culminando ese año Teglia me citó para jugar algunos partidos en reserva, eso me reanimó un poco porque cuando me fui a la local estaba medio caído. Venía de un año bueno y de repente me mandaron a jugar en la local, entonces pensé que no me tenían en cuenta. Por suerte me equivoqué porque con Teglia empecé a tener la primera cada vez más cerca", continúa siendo tan escueto hasta el límite del croquis. El defensor canalla era así en aquellos momentos y es así ahora como jugador de Central, bajo una lupa de resonancia mucho mayor.
Para el Oveja eran tiempos de juramentos a modo de brindis imaginario: esperar hasta lograr la ansiada oportunidad. Al fin, Teglia se la dio. Lo sumó al grupo apenas se puso al mando de la primera, le doró la autoestima con paciencia de padre y lo soltó a la cancha cuando creyó que estaba a punto.
¿Faltaba un marcador de punta derecho? Ahí estaba él, aunque esa no sea su posición.
"Recuerdo que Daniel me preguntó si podía rendir en ese puesto. La idea era pararme como cuatro pero a la vez Rivarola era el que tenía que salir. Entonces casi siempre quedábamos con línea de tres y yo de esa manera ya había jugado en casi todas las inferiores. Por eso le dije que no iba a tener problemas, no me arrepiento de haber jugado de cuatro, tan mal no me fue", argumenta.
¿Había que sacrificarse para dejarle el lugar a un compañero con nombre propio en la primera división?
Ahí estaba el Oveja para solidarizarse, aunque se mordía los labios por tener que salir.
"Por más que ahora esté jugando, nunca me considero titular. Siempre tengo ese miedo de perder el puesto. Será que como en las inferiores me costó mucho llegar a primera, muchas veces pienso que voy a perder de nuevo el puesto", se sincera.
Desde que el Flaco se hizo cargo de la posta, la exposición mediática le clavó las esquirlas más filosas a Talamonti. Pero él no duda en afirmar que esos flechazos todavía no lograron anularle las simplezas cotidianas que alimentan su esencia. Pasear en auto cuando puede por su pueblo, no regalar ni un centímetro en los desafíos al Play Station con sus amigos en el plantel y matear con los chicos de la pensión de Central, refugio de sus objetivos hace apenas un puñado de meses.
M.T.
Las pequeñas cosas
La infancia de Talamonti no estuvo tallada sobre un molde de privaciones, aunque algunas decisiones solían tomarse con el estómago. Su pasado es de gente trabajadora y manos laboriosas para construir el futuro. Para jugar con palabras, el Oveja siguió el ejemplo de su padre al edificar el mañana, sólo que no necesitó de amaneceres solitarios.
"No vengo de una familia con plata pero nunca me faltó nada. Mi viejo y mi abuelo la tuvieron que lucharla bastante. Por eso ahora les estoy muy agradecidos, si no fuera por ellos no sé si hubiese podido dedicarme al fútbol", rememora frunciendo las cejas para ponerle énfasis a lo que cuenta.
No extraña, entonces, que durante las pocas horas de ocio y esparcimiento que el profe Signorini les dio en estos días en Salta se los haya visto mimetizado con los silencios junto a Emiliano Papa, el Loncho Ferrari, otros dos que curten la misma onda subrepticia.
No extraña, tampoco, que las horas de la concentración en el hotel Gran Presidente se le escurra con el zapping lejos del furor de internet.
No extraña que, aunque confiese estar viviendo "lo mejor de su vida con la camiseta de Central", abra el paraguas de la discreción. Y se niega a hablar de sí mismo. A la hora de evaluar sus condiciones apenas elogia el ímpetu y la voluntad que tuvo que poner para ganarse el lugar que siempre quiso ocupar. Y en ese replay amplifica el concepto y lo eleva hasta el deseable pedestal de lo imaginable. Por eso agradecimiento es la palabra que le surca el pensamiento cuando se anima a esbozar una opinión sobre el Flaco Menotti.
"Al Flaco ya lo conocía desde Independiente, lo veía en la tele y me daba cuenta del fútbol que le gusta practicar. Por eso el día que nos habló cuando dirigió la primera práctica en Baigorria comprobé que todo lo que se dice de él no es mentira. El tipo con dos a tres cosas te enseña a corregir errores, es un fenómeno. Nos vive hablando, además no hace diferencia con nadie y lo que más le rescato es que defiende a muerte al jugador", el Oveja rubrica esta última estocada dialéctica con un cierto dejo de satisfacción.