Los escándalos por maniobras irregulares de corporaciones económicas de Estados Unidos que salpican a empresas, inversionistas, auditores, ahorristas, jubilados y hasta al propio presidente George W. Bush, tienen sus derivaciones en Latinoamérica. Algunos analistas estiman que la crisis de las megacompañías tendrá consecuencias aun peores, pero también será una oportunidad para los capitales locales de comprar filiales a precio de saldo, ya que estos conglomerados se están desprendiendo de unidades de negocios en el exterior para hacer frente a sus compromisos.
La burbuja financiera de los 90, con una valorización del capital financiero muy por encima de la economía real y que tuvo a los sectores de telecomunicaciones y biotecnología como principales exponentes y a la desregulación de los servicios públicos a escala mundial como estandarte de la eficiencia, explotó a partir del derrumbe de las tecnológicas y fue seguida por una recesión norteamericana que pareció llegar a su fin en los tiempos recientes. Pero hoy, a partir de la seguidilla de escándalos, amenaza con seguir golpeando sobre los Estados Unidos y otros países industrializados.
Algunos analistas consideran que a diferencia de la recesión mundial que se desató a partir del crac bursátil en octubre de 1929 en Wall Street, la crisis actual comenzó a dibujarse desde la periferia (comenzó en Sudeste asiático, después Rusia, Brasil y Argentina) hacia los países centrales, aun antes de los atentados del 11 de septiembre sobre Nueva York. El primer acto fue la caída de las puntocom y ahora continúa con una larga lista de empresas del sector energético, telecomunicaciones y farmacéuticas que se suman a diario. (Ver aparte)
La ola de quiebras de estos gigantes está arrastrando consigo a las grandes firmas auditoras, gurúes de la nueva economía y bancos de inversión, implicados directa o indirectamente en los fraudes contables y apalancamiento financiero de las corporaciones. También a la extinción de la figura de los CEO como estrellas del celuloide, quienes se olvidaron de producir, de accionistas e inversores, para multiplicar sus fortunas personales inflando de forma ficticia el precio de las acciones en beneficio propio.
Un conocido auditor externo local, que pidió reserva de identidad, señaló a La Capital que, como paradoja, "mientras Estados Unidos exige a la Argentina combatir la corrupción política, ellos tienen enquistado en el centro del poder la corrupción empresaria".
Su pasado los condena. El presidente Bush y su vice, Dick Cheney, sufren en carne propia las acusaciones de ganar dinero de forma indebida en sus épocas de empresarios, que los demócratas se encargan de recordar en los principales periódicos estadounidenses de cara a las elecciones legislativas de noviembre y que los republicanos buscan barrer bajo la alfombra combatiendo al terrorismo internacional delimitado por el "eje del mal".
Bush puso por ahora un poco de maquillaje al problema, aumentando los castigos y algunos cambios en el manejo de las auditorías contables, pero el temor a la aparición de nuevos casos no cesa. Esta semana fueron dos farmacéuticas las puestas bajo la lupa: Merck y Bristol-Myers.
El mandatario solicitó también al Congreso que otorgue a la Comisión de Valores y Bolsa (SEC, sus siglas en inglés) una cantidad adicional de cien millones de dólares en el presupuesto del año fiscal 2003 para "contratar a más autoridades reguladoras y dotarlas de tecnología sofisticada". Una institución que fue creada para evitar estos hechos años después de la crisis del 29, junto con los acuerdos de Bretton Woods de finales de la Segunda Guerra mundial.
Entre otras propuestas puntuales, pidió a las autoridades de los mercados que exijan que una mayoría de los directores de las empresas que cotizan en bolsa sean "realmente independientes", sin relación material con la compañía. Sin embargo, grandes inversores dijeron que las medidas no serían suficientes y llegaban tarde.
Durante la explosión económica de los 90, numerosos estadounidenses, entre ellos los famosos "carpinteros y plomeros" que el gobierno republicano de Bush buscó defender a capa y espada ante las requisitorias de países "despilfarradores" como la Argentina, hoy se encuentran estafados por su propio sistema financiero. Con el agravante de que el partido gobernante siempre se mostró como la válvula de seguridad para los hombres de negocios.
Como una contracara de la clase política en la Argentina, donde los ahorristas se vieron estafados por los sucesivos gobiernos de De la Rúa, Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde -incluida la devaluación de los fondos de pensiones y jubilaciones (AFJP)-, las corporaciones estadounidenses quebraron la confianza y los bolsillos de millones de trabajadores e inversionistas que apostaron sus ahorros en acciones y fondos de inversión.
Habrá que recordar que a comienzos de su gestión, George W. Bush desactivó innumerables mecanismos regulatorios, juicios por prácticas monopólicas impulsadas por el gobierno de Bill Clinton y desconoció otros a nivel internacional, que fueron, junto con la rebaja impositiva, los ejes de su campaña presidencial.
Hoy intenta dar marcha atrás sólo con algunas prácticas contables y préstamos por los cuales él fue investigado durante los 80 y a comienzos de los 90, mientras su padre presidía la Casa Blanca.
La ola expansiva
Las ramificaciones de la mayor quiebra de la historia de los Estados Unidos llegó hasta las costas del Río de la Plata. La caída de la compañía energética Enron significó el abandono de su filial Azurix en la provincia de Buenos Aires, dejando nuevamente la antigua Obras Sanitarias en manos de la provincia.
A Brasil llegaron también las esquirlas de la explosión del gigante de las telecomunicaciones WordCom, que posee la privatizada empresa de telefonía del país vecino. Algunos analistas señalaron que existe la posibilidad de que capitales brasileños sumen voluntades para quedarse con la compañía y evitar así males mayores.
Los especialistas consideran a Brasil como el país más expuesto a las vicisitudes de las corporaciones estadounidenses en el área de servicios públicos en Latinoamérica, que vendió sus empresas a firmas o fondos del País del Norte. Excepto Uruguay, que sólo privatizó algunos rubros como el de la seguridad social, la mayoría de países vendieron o cedieron las empresas estatales de agua, electricidad, gas y telefonía en su mayoría a capitales europeos.
La política externa de los Estados Unidos en pos de un alineamiento sistemático de Latinoamérica bajo el paraguas del Alca (Tratado de Libre Comercio de las Américas) y desplazamiento de los grandes jugadores europeos de la región se presenta hoy como un objetivo más complejo.
Numerosos conglomerados trasnacionales también están sufriendo, al igual que los países denominados emergentes, críticas de amplios sectores económicos debido al alto grado de endeudamiento de las empresas, contraídas principalmente en las épocas de bonanza económica.
A modo de ejemplo, la salida la semana pasada del CEO del neogigante de las telecomunicaciones Vivendi, quien había dejado en un segundo plano su negocio original: la provisión de agua en Francia, gastando fastuosas sumas por empresas de telefonía y trasladando su sede a Miami.
Otra muestra es el reemplazo en Alemania en estos días de Ron Sommer al frente de Deutsche Telekom, criticado por la evolución negativa de sexta empresa de telefonía estadounidense VoiceStream y sus números en el mercado de valores de Nueva York.
Después de años de constantes fusiones y adquisiciones agresivas con la mira puesta en la eliminación de la competencia y no en pos de la eficiencia pregonada, las corporaciones parecen haber entrado en una etapa de desprendimiento de unidades de negocios y reestructuraciones globales para disminuir pasivos.
Varios analistas consideran que se vislumbra un período de escisiones más que un nuevo proceso de concentración de compañías. La disolución de la alianza estratégica entre Deutsche Bank y Dresdner Bank mostró el camino.
Más miedo al riesgo
La incertidumbre en los mercados estadounidenses, sacudidos por la serie de quiebras y sospechas sobre la contabilidad de las compañías, dificulta todavía más la posibilidad de los países emergentes de hacerse de dinero en los mercados internacionales a tasas racionales.
Esto se suma a los pocos incentivos que los inversores tienen para optar por activos más riesgosos como son los mercados de deuda soberana. Al default argentino y al efecto "Lula" en Brasil, esta semana se potenciaron los conflictos políticos de Perú y Turquía con las renuncias de hombres mimados por Wall Street en los ministerios de Economía. "Cuando uno mira lo que está pasando en Estados Unidos, con la caída de los mercados de acciones y nuevos disparates empresariales en los titulares de los diarios, la gente se pone aún más inquieta", dijo un analista de mercado, y agregó: "La aversión al riesgo es la mayor que hayamos visto en varios años".
Una muestra más de la inestabilidad de la economía estadounidense es el progresivo deterioro del dólar frente al euro y al yen japonés, luego de que el país oriental interviniera en los mercados cambiarios durante las últimas semanas para evitar un mayor deterioro de la competitividad y una caída de sus exportaciones al gran País del Norte.
Con la mirada puesta otra vez en el humo de las chimeneas, empresas y analistas comienzan a reconocer que los altos índices de productividad en Estados Unidos en los últimos años parecen mostrar un sinceramiento de un crecimiento que no era tal.
Esto demuestra que los elevados retornos financieros prometiendo mayores ganancias a los ahorristas e inversionistas estaban lejos de la evolución de la economía real. La Argentina no fue la excepción a la regla, aunque la especulación financiera tuvo del otro lado al Estado en lugar de corporaciones.
Latinoamérica y Argentina en particular, aparte de los problemas económicos y políticos locales por los que atraviesan en estos momentos, sufren además las consecuencias de los coletazos de una retardada recuperación de la economía mundial y un reordenamiento geoestratégico en pos de los recursos naturales, que tiene a Medio Oriente en el ojo de la tormenta.
Por el momento, en el país sólo contados sectores productivos comenzaron a despertar, y muy lentamente.