Año CXXXV
 Nº 49.539
Rosario,
domingo  14 de
julio de 2002
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En los últimos meses, cientos de personas emprendieron tareas comunitarias
Estalló la solidaridad en Rosario
Es gente que, sola o en grupos, se cansó de la indiferencia. Y dona tiempo y recursos para ayudar

Carina Bazzoni - Silvina Dezorzi / La Capital

Hace tres semanas María (19 años) recibió un e-mail. La invitación era para el sábado, pero no para una fiesta, sino para servir el desayuno en una villa miseria. Todavía no sabe por qué, pero aceptó. "Al principio fue feo, se me puso la piel de gallina", se sincera ahora. Pero no bajó los brazos y ya son más de 20 los jóvenes que, como María, todos los sábados a la mañana van al barrio Toba de Empalme Graneros a darles la leche a 200 chicos. Su historia no es aislada: en los últimos seis meses, en Rosario se vive un boom de solidaridad protagonizado por cientos de personas que, sencillamente, no toleran más la indiferencia. Se trata de una toma de conciencia tan inédita como la proximidad de la crisis que llama con rostros distintos a la puerta de cada casa.
La mayoría no había pensado nunca en ser voluntaria y muchos hasta descreían de la "caridad". Los hay quienes alguna vez fueron militantes. Creyentes y ateos, profesionales y estudiantes, trabajadores y desocupados. Pero tienen en común el no soportar más el sálvese quien pueda y necesitar canales directos de acción. ¿Cuántos son? Es difícil saberlo. La Red de Organizaciones Comunitarias de Rosario aglutina unas 200 entidades, de las que participan alrededor de 1.800 personas. Y la cifra todavía excluye a quienes suman su trabajo en forma espontánea o a través de organizaciones como Cáritas, comedores barriales, parroquias y hospitales.
"Nunca había confiado en la caridad, pero a veces no es mucho más lo que uno individualmente puede hacer", confiesa Alejandra (27 años), empleada de un locutorio. Desde hace tres meses, ella misma cocina dos veces por semana en un comedor comunitario de la zona sur. La fecha de su bautismo solidario no es casual, sino producto de la aceleración de la crisis. "Yo nunca pensé que iba a ver esto...", dice. Y "esto" no es más que lo que todo el mundo ve: gente revolviendo la basura, desmayos por hambre, chicos pidiendo por el centro y los barrios, miles de carros de cirujas...
La pregunta disparadora es "qué puedo hacer". La respuesta varía: a veces dedicar tiempo a actividades voluntarias, como cocinar en comedores, leer a ancianos y ciegos, coser en un costurero, juntar medicamentos o ayuda profesional. Otras, donar alimentos, ropa y dinero.

Laureles ajenos
"Lo que salva en gran parte la situación del país es la solidaridad de la gente. Esto por un lado me conmueve, pero por el otro me disgusta porque pienso que quienes deberían encargarse de mejorar la situación duermen en esos laureles que no les pertenecen", sostiene la hermana María Jordán, al frente de una misión franciscana en el área más pobre de Empalme Graneros.
Ese es justamente el lugar adonde todos los sábados concurren más de 20 jóvenes para darles un desayuno especial a los chicos del barrio. Entre estos jóvenes está María. La realidad a la que se asoma en el asentamiento Toba no le resulta familiar: "De golpe te das cuenta de lo que es importante, de todo lo que tenés que ni siquiera es necesario". Sólo estar allí acorta en algo la distancia que la separa de esos semejantes. "Pero uno va dos horas, en cambio esa gente vive y se queda ahí, y no se lo merece", dice.
La experiencia de Carmela (45) fue similar. Por razones de trabajo se conectó con dos familias de Las Flores. Cuando se iba del barrio, una mujer le dijo una frase crucial: "No se olvide de nosotros". Desde entonces ha ido una y otra vez llevándoles lo que puede, o lo que junta de su entorno. "Tomar contacto directo con la miseria te muestra algo distinto: las personas empiezan a tener una cara, una risa, un gesto de angustia", relata.
Los testimonios se multiplican: hay mucha gente que simplemente suma a su lista de compras algunos productos extra: fideos, yerba, galletitas, arroz. Luego se acercan personalmente a hogares que saben necesitados o recurren a una entidad solidaria para dejar su colaboración.
Y están también los que deciden organizarse para hacerla más efectiva. Hace unas semanas al padre Joaquín Núñez, de una humilde parroquia en Villa Banana, le tocó ir a una defensoría pública a preguntar por la suerte de un preso. Ahí se llevó una sorpresa: los abogados que lo atendieron le preguntaron qué necesitaba para el barrio y ayer se acercaron con una donación de alimentos. "Son gestos anónimos que ayudan a paliar en parte el hambre que existe", asegura el cura.

Hacer lo correcto
En otros casos, el puntapié para iniciar acciones solidarias fue la certeza de que había que saldar una deuda. En eso pensó el abogado Carlos Farías (57) cuando, en diciembre, inscribió la Fundación de Nueva Generación de Profesionales. "Creo que todos los graduados en la universidad pública tenemos que devolver a la sociedad la posibilidad de estudiar que nos dio", asegura.
Ahora, en un inmueble anexo a su estudio, Farías reúne a siete profesionales (abogados, contadores, ingenieros y psicólogos) que prestan apoyo a una decena de organizaciones comunitarias. A algunas les ayudan a ordenar los libros contables, a otras les prestan apoyo legal o colaboran con los trámites de documentación de personas.
A partir de esta tarea, Farías comprendió "realmente las necesidades que tiene mucha gente", cosa que lo llevó a "tomar un compromiso mayor con esta realidad para modificarla".
En eso mismo está Eugenio Tamburri. Desde hace dos meses, este agente de viajes forma parte de un grupo solidario con la Misión Franciscana Madre María de la Esperanza de Empalme Graneros. Todas las semanas unas 60 personas se encargan de recolectar alimentos, ropa y medicamentos para el barrio. Y además consiguen ayuda técnica y de materiales para emprender acciones concretas como mejorar calles o realizar tendidos eléctricos.
"Siempre tuve la inquietud de contactarme con gente que necesitara ayuda, pero estaba muy desvinculado de todas las organizaciones que están trabajando. Un día viendo un programa de televisión donde mostraban la tarea de esta misión encontré el lugar donde yo tenía que estar", recuerda Tamburri.
Su objetivo es exceder las acciones de caridad. "No queremos que la gente se acostumbre a vivir de dádivas, hay que incentivar el trabajo", dice. De todas formas, sabe que la meta no es fácil de cumplir. "La villa de Empalme tiene 6 mil habitantes, nosotros atendemos nada más que a 600 personas. ¿Mire si no es insuficiente y si no necesitaríamos más personas que se sumen al grupo?", pregunta.
Porque, al fin y al cabo, de eso se trata: la mayoría suma su aporte en forma anónima. Es más, en esta nota no quisieron aparecer con apellidos. Ni mucho menos sacarse una foto. Y más que orgullo por su labor, sienten pena. Porque saben que su aporte no resuelve las cosas, porque la ayuda nunca alcanza, y porque desearían que nadie tuviera que pedirla. Pero así están las cosas. Y ponerse en el lugar del otro tal vez sea una de las primeras vías para que la realidad cambie.



Voluntarios ayudan al barrio Toba todos los sábados. (Foto: Silvina Salinas)
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