Pablo Arias
Los uruguayos no dicen "vamos a la cancha". Ellos dicen "vamos al estadio, bo". Y todos saben de qué están hablando. En Montevideo, canchas hay muchas. Pero la palabra "estadio" tiene del otro lado del charco un solo sinónimo. Es el Centenario, la mole de cemento terminada de apuro para el Mundial de fútbol de 1930, el primero de la historia. Tanta fue aquella urgencia que uno de los arquitectos que lo planificaron, Juan Scasso, se arremangó y trabajó codo a codo con las cuadrillas de operarios para llegar a tiempo a la inauguración, justo el 18 de julio de 1930, primer centenario de la independencia del país y debut de Uruguay (1-0 a Perú) en aquel torneo. En el cemento fresco quedaron las huellas de las pisadas de sus primeros visitantes. Y más aún. Esa mañana le colocaron los últimos panes de pasto a la cancha que fueron secados contra reloj con estufas eléctricas. Del mismo modo, la historia deportiva de los argentinos, en particular de los porteños, tiene un solo estadio. "Stadium", dicen sus marquesinas. Es el Luna Park, un templo que contribuye a la mitología porteña allá donde la calle Corrientes, según el lugar común, "se deja morir en el río". En realidad debería decirse que emerge de las aguas, porque es allí donde nace y muere, con lógica impecable, en el cementerio de la Chacarita. A decir verdad, en el interior postergado por el gigante portuario hay muchos y modernos estadios son un verdadero orgullo histórico de infraestructura deportiva, pero de una u otra manera se reconocen tributarios del legendario Palacio de los Deportes de Corrientes y Bouchard. Es que su interior guarda celosamente imágenes históricas, recuerdos y nostalgias de esas que dejan huella, episodios anecdóticos, épicas y epopeyas del deporte, de la vida, el canto y el arte. En suma, se trata de un friso imponente de la cultura popular de los argentinos. Allí se corrieron los Seis Días en Bicicleta, la ciudad fue testigo del "abrazo del pueblo y el básquet", según tituló El Gráfico la crónica del memorable triunfo de la Argentina por 64-50 ante los Estados Unidos, aquel memorable 3 de noviembre de 1950 que le dio al país el único título mundial de ese deporte. También bailó Julio Boca ("Es como bailar en el mejor teatro de ópera del mundo, el Colón incluido"), desfilaron roqueros de estirpe y fama, cantaron León Gieco, el Nano Serrat, la Negra Mercedes Sosa, Liza Minelli y Frank Sinatra. Se montaron comedias musicales al estilo de Broadway y de Londres, con el espíritu del Conde Drácula mudado a Buenos Aires de su descanso eterno en los Cárpatos. La historia registra, incluso, que bajo su techo se conocieron Perón y Evita en 1944, en ocasión del festival a beneficio de las víctimas del terremoto de San Juan. La imaginación creativa de Tomás Eloy Martínez le hizo le hizo decir a Eva en su best seller Santa Evita lo que nunca dijo al darle la mano al caudillo del naciente peronismo: "Gracias por existir, coronel". Esa frase novelada, nacida de una licencia literaria, fue tomada por algunos escritores como cierta y así la narraron en obras posteriores, aunque -como resulta obvio- no fuera el vocabulario de aquellos tiempos. El Luna Park es todo eso, pero su esencia y su alma pasan por otro lado: son el boxeo y, sobre todo, el empresario Tito Lectoure, muerto hace apenas cinco meses. Rarezas del destino: la última pelea que organizó Tito en el Luna fue un 17 de octubre, fecha cara a las efemérides del peronismo. Fue en el año 1987 y la protagonizaron Ramón Abeldaño y Arce Rossi. Después, en 1989, le alquiló al estadio a Torneos y Competencias para que televisara el combate en el que Locomotora Castro noqueó al Puma Arroyo. Según se dice, Tito -que estaba convencido de que el negocio de la TV se devoraba a pasos agigantados lo que al boxeo le quedaba de deporte- lo hizo para no desairar un pedido del presidente Carlos Menem. Uno de los más reconocidos críticos de boxeo, el periodista Horacio Pagani, contabiliza que en el Luna se realizaron 25 peleas por título mundiales, 18 por sudamericanos, 87 por nacionales, hubo 2.976 reuniones (entre miércoles y sábados) en las que participaron 23.800 boxeadores. Bajo la tutela de Tito, después de Pascual Pérez, 13 boxeadores argentinos se graduaron de campeones mundiales, entre ellos Carlos Monzón, Nicolino Locche, Víctor Galíndez, Sergio Víctor Palma, Santos Laciar y Juan Martín Coggi. En el Luna Oscar Ringo Bonavena tuvo su gloria. Fue la noche de Luna lleno más grande de la historia: casi 25 mil personas presenciaron el 4 de septiembre de 1965 la caída de Goyo, el ídolo bueno. El gigantón de Patricios, el hombre que hizo famoso a la mamma doña Dominga de los ravioles, también tuvo en Corrientes y Bouchard su despedida, con cajón, mortaja y el pecho despedazado por los escopetazos de un matón en un prostíbulo de Reno, en el estado de Nevada. Todos esos personajes sobrevolarán la velada del sábado, cuando otra vez se abran las puertas del Estadio para el boxeo, a 70 años de la primera pelea en el Luna, y por iniciativa de Esteban Livera, 34, un sobrino de Tito que ahora ocupa su lugar. Un argentino, el invicto mosca chubutense Omar Narváez, buscará el título mundial de la OMB ante el nicaragüense Adonis Rivas. Sin embargo, la pelea, a pesar de su importancia, suena a excusa. El acontecimiento es que la ciudad recupera un pedazo de su historia. Los duendes del gran Monzón, de Justo Suárez, de Mocoroa, del zurdo Lausse, del Cacique Selpa, de Nicolino, de la Pantera Saldaño, de Ramón La Cruz y de tantos otros se sentarán en el ring side, al lado de la farándula y de la high society que hará de la velada una pasarela de vanidades y figuraciones. En la popular el espíritu del Mono Gatica, zumbón y provocador, amagará con sus desplantes de plebeyo rebelde. Y desde arriba, el emblemático Tito tendrá como siempre, por si acaso, ocultas en sus bolsillos un par de entradas de favor para esos mangueros que nunca faltan. Gruñirá y blasfemará antes de largarlas, pero se irá feliz aunque con cara de enojado. Y, de pie, con riguroso traje y corbata, seguirá controlando todo. Acaso escuche aquella canción de Chico Novarro, adaptada a las circunstancias: "Que esta noche minga he de yirar, si hoy vuelve el boxeo al Luna Park". (DyN)
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