La firmeza de los familiares y vecinos de Alan los sostuvo todo el tiempo sobre los socorristas, volviéndolos los principales actores en muchas ocasiones. Se tiraron al arroyo por sus propios medios, rompieron las alcantarillas turnándose para dar los mazazos y los reclamos impidieron que la búsqueda se interrumpiera cuando las distintas organizaciones que participaban la consideraban técnicamente agotada.
¿Que tenemos que hacer, irnos a casa y volver en dos días a ver si el cuerpo flota y aparece? preguntó un familiar del chico al grupo de socorristas que intentaba explicarle la situación. Para responderle a ese pequeño grupo que se había juntado al lado de uno de los vehículos oficiales no bastaban las consideraciones del personal de Defensa Civil, un oficial del Comando Radioeléctrico que los había acompañado durante toda la jornada, los dos buzos tácticos que apelaban a toda su experiencia en rastreos, y otra cantidad semejante de funcionarios de las distintas áreas que participaron en la búsqueda.
Fuera de ese grupo se encontraban otros familiares, y un centenar de vecinos que continuaban reunidos fuera del cerco que demarcó la policía, cuya presencia fue en aumento a medida que la búsqueda se agotaba.
Arqueólogos del conducto
La confusión reinaba entre las personas agolpadas en la esquina de Rondeau y Olivé alentada por decenas de versiones de vecinos que alguna vez habían circulado por dentro del aliviador. Todos opinaban sobre lo que se debía hacer y criticaban sin conocer siquiera cuales habían sido los intentos. Muchas veces, los mismos jóvenes que se internaron junto a los socorristas debían enfrentar esas conjeturas, aunque sumaban sus reclamos que, por otra parte, no consideraban los riesgos de perder más vidas.
Esa situación caótica no favoreció a la contención de los familiares, que debían regresar a su casa sin la esperanza de encontrar a Alan con vida y sin que que hubieran hallado su cuerpo.
Entre los recursos que faltaron, se puede contar la carencia de estrategias oficiales para enfrentar ese tipo de situaciones más allá de la voluntad de sus actores.
Pero no fueron los únicos faltantes. La mayoría de los medios técnicos y profesionales se fueron sumando con el correr de las horas. Los primeros en llegar no contaban ni siquiera con las sogas suficientes como para retener a la cantidad de voluntarios que quería internarse en el arroyo para buscar al chiquito.
La fuerza del agua en el primer tramo del conducto era tan fuerte que requería de casi una decena de personas para arrastrar a los voluntarios hacia afuera. Cuando llegó la autobomba para compensar el esfuerzo de la gente, el malacate (aparato para desplazar objetos pesados) estaba roto. Los buzos tácticos llegaron cerca de las 16 porque estaban trabajando en San Lorenzo cuando los convocaron. Las amoladoras no tenían los discos necesarios ni suficientes para abrir las alcantarillas selladas y no consiguieron un martillo hidráulico para agilizar la tarea.
"No había más de tres personas de guardia en cada lado y sin los elementos necesarios", confió un funcionario municipal.
Una vez más quedó demostrado que con voluntad no alcanza si no hay recursos.
Una de las posibilidades que manejaban los socorristas era que el cuerpo del chico hubiera quedado atrapado en los sedimentos que se encuentran sobre y debajo del curso de agua, sobre todo en el último tramo del aliviador, donde la altura del agua es mayor y menor su fuerza, debido a la presión que ejerce el caudal del río. En eso se basó el último intento por remover la basura superficial, para lo que utilizaron un camión desagotador, y luego el trabajo manual de un empleado que sacó con baldes la basura, la mayoría botellas plásticas y elementos que caen por las bocas de tormenta.
La otra variante era que el cuerpito hubiera pasado junto con el agua, debajo de esa capa de sedimentos, por lo que consideraban que la única oportunidad de encontrarlo era esperar que saliera a flote.