Recién a las 22 el centenar de personas que persistía a dos cuadras de la desembocadura del canal aliviador del arroyo Ludueña, esperando que sacaran de la oscuridad a Alan, empezó a admitir que allí había poco que hacer. Al nene de 7 años se lo había tragado la correntada diez horas antes, tras un resbalón en la boca del conducto. Los buzos tácticos que lo habían recorrido descartaban que el cuerpo del chico hubiera quedado en los primeros 800 metros del canal. Los últimos 240 metros están bloqueados por un sedimento negro de mugre y el agua escurre despacio. Para los socorristas la posibilidad de que Alan hubiera quedado allí es remota: ellos dicen que debió pasar empujado hacia la desembocadura. Hasta la medianoche su cuerpo no había aparecido. Nadie esperaba un milagro.
Sobró voluntad y esfuerzo, pero como otras veces faltó gente y elementos idóneos para tan difícil búsqueda. Las labores en el trayecto del canal se retardaron por esas deficiencias. Fue muy exigente y demorado el levantamiento de alcantarillas selladas para que los buzos bajaran al tubo de hormigón. No hubo sogas suficientes para sostener a los que se sumergían hasta a dos metros bajo el agua.
El drama comenzó entre las 11.30 y las 11.45, cuando Alan Emanuel Perals jugaba junto a Daniel, un amigo suyo, sobre una especie de espigón de cemento del canal del Ludueña, en el barrio de Empalme Graneros. Mientras los chicos buscaban papeles de cigarrillos Alan se acercó demasiado al borde, se deslizó por una acumulación de barro y musgos y cayó al agua, metros antes de la boca del canal.
Alan, según contó la mamá de su compañerito, intentó aferrarse a la pared de concreto, pero no pudo y fue impulsado por la correntada del arroyo, cuyo caudal se incrementó por las últimas lluvias. "Ellos estaba jugando en una de las paredes, y Alan se cayó de golpe. Mi hijo trató de ayudarlo con un palo, pero el agua se lo llevó al tubo. Mi nene estaba blanco del susto, no sabía cómo agarrarlo", contó la mujer.
La boca del infierno
El lugar del accidente está en la zona norte, en donde el arroyo pasa por un sector de villa miseria de Empalme Graneros, en la prolongación de calle Olivé. No hay medidas de seguridad en la zona donde Alan cayó. Sólo la margen derecha tiene una baranda de metal en la continuación de calle Chaco. Del otro lado hay un precipicio de varios metros de altura sobre el arroyo.
Los primeros en llegar fueron los Bomberos Zapadores y la policía. Frente a la desesperación de los familiares y vecinos del chico, un par de agentes de la seccional 20ª y del Comando se metieron al aliviador y con el agua a la cintura admitieron que el chico había desaparecido. La correntada impedía adentrarse.
Por los datos que dio el compañero de Alan, el rescate se concentró en el entubamiento debajo de calle Olivé. Pero la agitación de los primeros momentos y la ansiedad de encontrarlo con vida hicieron que policías, bomberos y familiares se dirigieran a una alcantarilla en Juan B. Justo y Maquinista Gallini. Allí pudieron levantar la tapa, pero no hallaron al menor.
Ya con el apoyo de todo el equipo de la unidad de rescate de Zapadores se intentó una maniobra similar con otra tapa situada en Gallini y Olivé. Aquí no se pudo mover un centímetro esa alcantarilla, incrustada en el pavimento. Muchos vecinos del chico se desplazaban en bicicleta y a pie, siguiendo a los socorristas.
Cuando ese nuevo intento por levantar la alcantarilla fracasó, los brigadistas decidieron concentrar sus esfuerzos en la próxima tapa que estaba ya sobre el bulevar Rondeau. El arribo de los bomberos al lugar, rodeados de decenas de personas, dio un aspecto conmovedor. Mientras los Zapadores preparaban herramientas para levantar las tapas, Liliana, la mamá de Alan, se acercaba con otros familiares a las aberturas y gritaban el nombre del pibe, esperando una respuesta. Allí quedó al descubierto la falta de coordinación entre los organismos de seguridad.
Cuando ya había pasado más de una hora del accidente, los bomberos luchaban con amoladoras, tijeras hidráulicas y los vecinos del chico trataban de aflojar las alcantarillas a mazazos limpios, el tránsito por Rondeau seguía fluyendo. Una vez más quedó demostrado que Rosario no posee infraestructura para enfrentar una situación de emergencia. Lo expuso el casi titánico trabajo de remover las alcantarillas.
Alrededor de las 15.30, un bombero y un empleado de Defensa Civil se subieron a un bote y, amarrados con una soga, ingresaron al entubamiento en medio de una fuerte correntada. Diez minutos después salieron sin noticias. Después las tareas se siguieron sobre las alcantarillas de calle Olivé. Primero se hizo en la esquina de Gallini. A esta altura ya se habían incorporado dos buzos tácticos de Prefectura, que desde la primera tapa recorrieron 70 metros hacia el este y al oeste de Olivé. Después la misma operación se realizó en la alcantarilla ubicada en Muñiz. Cada vez que uno de los buzos se internaba en los oscuros tubos, el resto de los socorristas pedía silencio al público que seguía el rescate.
La tarea se reiteró sin éxito al caer la tarde sobre los dos lados de Rondeau. En la última alcantarilla, una gruesa capa de botellas plásticas tapaba el curso del arroyo en forma compacta. Removerla para dar una oportunidad más a que apareciera el cuerpo del niño fue la última tarea que intentaron los socorristas, a las 20.30. Esta vez, quienes descendieron fueron los empleados de Aguas Provinciales, amarrados a un trípode con arnés y lingas de acero. Pero a esa hora, la búsqueda se consideraba agotada. La impotencia de la gente seguía tan firme como en el primer momento.