El cordobés David Nalbandian cayó sin atenuantes ante el australiano Lleyton Hewitt por 6/1, 6/3 y 6/2, en la final de Wimbledon, el certamen de Grand Slam considerado el más importante del mundo, al cabo de una hora y 56 minutos de un match interrumpido dos veces por la lluvia y que tuvo todo el calor y el color de este sublime escenario tenístico. En esas poco menos de dos horas de juego el oriundo de Unquillo pasó por todas las sensaciones, desde los paralizantes nervios ("miedo escénico" hubiera dicho Jorge Valdano) del primer set, hasta la placentera recepción del cheque por 393.750 dólares que le fue entregado apenas concluida la jornada por haber resultado vicecampeón (Hewitt se llevó otro por exactamente el doble, 787.500). Todo se le debe haber cruzado por la mente como un flash cuando comenzó el partido, porque los apenas 33 minutos en los que Hewitt lo aniquiló por 6/1 en el primer set no parecieron siquiera la lucha entre el número uno del mundo y el 32 del ránking. Y las diferencias en ese primer tramo surgieron por donde se las mirara, ya que Nalbandian recién pareció despertar del sueño en el que él mismo había confesado estar inmerso cuando iba 4/0 abajo. Fue entonces cuando alcanzó su primer game y a punto estuvo también de quedarse con el siguiente, aunque finalmente sus fallidos primeros saques y sus numerosos errores no forzados (16 contra 6 de su rival) lo dejaron 1/6 en desventaja. Pero el cordobés ya se había pellizcado y el arranque del segundo set demostró que estaba metido en esa realidad, maravillosa por cierto, pero en la que estaba obligado a seguir peleando, tal como había ocurrido durante todo el torneo. Otra vez estuvo a punto de quedarse con el primer juego, pero el 0/1 llegó simultáneamente con la lluvia y la primera interrupción de la jornada. Tras un cuarto de hora de parate volvió el juego y como para no perder tiempo Hewitt le quebró el saque al argentino, que sin embargo ya había traído de los vestuarios un cambio en su táctica, variando golpes desde el fondo con pelotas largas sobre el revés del australiano o paralelos que molestaban y mucho al número uno. En el mejor punto de Nalbandian en la tarde logró ponerse 1/2 con un globo magnífico, para quebrarle además el saque a quien posteriormente se convertiría en el segundo australiano en ganar en Wimbledon, después del celebérrimo Pat Cash. Otra vez ganó el cordobés, ya con su saque, para emparejar en 2/2, que luego seguiría haciendo equilibrio en 3/3, hasta que de nuevo apareció la lluvia. Y con ella se terminó literalmente el encuentro. Es que el segundo intervalo de la jornada acabó con la recuperación insinuada por Nalbandian y al regreso ya Hewitt fue una máquina de meter pelotas contra los flejes, tanto desde el fondo como en la red o hasta con efectivos y potentes segundos saques. El canto del cisne para el argentino llegó con la obtención del primer game del tercer set, cuando por primera vez en el juego logró arrancar en ventaja. Y muy cerca estuvo de ampliar y quebrarle el saque en el segundo. Pero los contundentes tiros paralelos de Hewitt no se lo permitieron. Un par de pelotas dudosas que Nalbandian protestó más por impotencia que por convicción, la misma razón por la que acumuló dos dobles faltas con apenas un breve interregno entre ambas, le dejaron expedito el camino al oceánico para, luego de dejar también dos pelotas en la red, dejar picar fuera de la cancha la última bola del argentino y arrodillarse a agradecer por el título. Del otro lado de la red Nalbandian miraba al cielo, a las gradas en la que su novia Victoria y su entrenador Gabriel Markus lo aplaudían, y a soñar con un regreso triunfal a la humilde y lejana Unquillo, desde donde salió un día para realmente conquistar el mundo. Porque eso o poco menos debe sentir un veinteañero argentino después de estar parado en el escenario mayor del planeta recibiendo el aplauso del público más excelso del tenis mundial. Y de esos sueños del pibe es feo despertarse con una derrota, aunque en este caso perder no duele nada, pero nada. (Télam)
| |