Las sorpresas y sospechas que enmarcaron el desarrollo de la Copa del Mundo, injustificadas las primeras y justificadas las segundas, según quedaría corroborado posteriormente por la infalibilidad de los hechos, terminaron cubriéndose de un manto de coherencia con la clasificación para la final de los dos más grandes: Brasil y Alemania. Los tetra brasileños y los tri germanos (el otro es Italia, pero tiene menos finales jugadas) llegaron a este enfrentamiento inédito en la historia de los mundiales con el lustre de sus pergaminos, pero sin el brillo futbolístico de otrora. Sin embargo, ante tanto desbarajuste previo, con arbitrajes parciales que ayudaron especialmente el tránsito de los organizadores coreanos y en algún momento hasta a los propios brasileños, que siguen innecesariamente ligados a los favores de su compatriota, el octogenario ex presidente de Fifa, Joao Havelange, esta final le da un barniz de legalidad al certamen. Es que tanto uno como otro finalista tienen argumentos, más allá de los históricos, como para alcanzar ese lugar de privilegio y merecerlo. Brasil, porque el equipo pasó por sobre las mezquindades de su entrenador, Luiz Felipe Scolari, con el fútbol ofensivo que le impusieron las tres "R", Rivaldo, Ronaldo y Ronaldinho. Y Alemania porque mantuvo siempre un estilo que si bien no coopera con el espectáculo en cuanto a la estética de juego, es sencillamente efectivo a la hora de acumular resultados, sumando goles en los arcos rivales y evitándolos en el propio (tiene apenas uno en contra al cabo de seis presentaciones). El choque de estilos será entonces inevitable, aunque los de Felipao arrancarán con la ventaja de recuperar al suspendido Ronaldinho Gaúcho, ausente ayer ante los turcos por haber sido expulsado frente a Inglaterra, mientras que a los alemanes les faltará su mejor jugador, Michael Ballack, por acumulación de amonestaciones. Esto constituye de por sí un handicap nada despreciable para las huestes verdeamarillas, que de por sí surgen como favoritas para el cotejo definitorio de este Mundial, además de la justicia que conlleva el hecho de que sean las que mantienen una consigna futbolera inalterable pese a las mutaciones negativas que viene sufriendo el juego en los últimos lustros. Esa declinación que iguala hacia bajo pero no alcanza para que se consolide el surgimiento de una nueva fuerza que brinde un poco de aire fresco, dentro de un contexto a veces demasiado lógico, aunque la final registre un enfrentamiento sin antecedentes ecuménicos. (Télam)
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