Pedro Squillaci / Ovación
Dejaron más que nunca correr por las venas el ritmo del samba. Alrededor de 50 almas brasileñas armaron su propio carnaval en el café Boulevard, en Rondeau al 700. Fue una fiesta. Como en Río de Janeiro, San Pablo o cada rincón de la inmensa geografía de Brasil. Es que desde que empezó el partido entre el seleccionado de Felipao y Turquía, la batucada acompañó cada ataque que protagonizaban Ronaldo, Rivaldo y compañía. Y ni hablar de la locura que se desató cuando el Fenómeno abrió la cuenta con un puntazo rasante. Es que ese era en definitiva el pasaporte a la gran final. La séptima para el scratch, que el domingo irá en pos del pentacampeonato. Un espectáculo reservado para unos pocos. Es que al poblado y colorido bar carioca sólo pudieron ingresar aquellas personas que habían hecho con anticipación las reservas. Todo bien organizado desde el vamos. Había que ver cómo Iza, la titular del local que nació en Santa Catarina, dejaba escapar algunas lágrimas mientras se abrazaba con un puñado de amigos, para molestia de la cotorrita, que no se mueve de su hombro. Y ni hablar de Fabiola, una impactante rubia de Río Grande Do Sul que vestía la camiseta de Rivaldo y se robó las miradas de todos los presentes. Al gran carnaval se sumó una pareja con siete décadas en el lomo: don Antonio y Titi, quienes fueron a ver el partido porque tienen muchos amigos y familiares brasileños. Los colores verde y amarillo fueron el común denominador en la fría mañana rosarina. Hasta que llegó el final del partido y estalló el delirio. Los tambores sonaron con más fuerza, los cuerpos se movieron con mayor frenesí. La historia del pueblo alegre por antonomasia sumó un nuevo capítulo de gloria deportiva. El pentacampeonato en el horizonte cercano llenó los rostros de un indisimulable orgullo, en un bar de la zona norte rosarina, donde por un rato se respiraron aires de Copacabana. La próxima cita será el domingo, qué duda cabe, el lugar otra vez desafiará el crudo invierno de estas pampas, y todos preparados para moverse en el sambódromo rosarino.
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