Historia y paradoja pueden y suelen ser sinónimos. Juan Carlos Onganía encabezaba el gobierno de la autodenominada "Revolución Argentina", que en 1966 había derrocado al presidente Arturo Illia. Los militares golpistas habían clausurado el Congreso de la Nación, habían disuelto los sindicatos y las organizaciones estudiantiles y, en la noche de los bastones largos, habían molido a palos a los alumnos, los investigadores y los docentes de la Universidad de Buenos Aires. Terminó la libertad de expresión; fue peligroso llevar el pelo largo y besarse en la calle; la Policía y el Ejército quemaron miles de libros por "pornográficos" o "subversivos". En esa atmósfera inquisitorial, miles de estudiantes, profesores y empleados de todas las universidades opusieron una durísima resistencia a la dictadura. También crecieron las protestas en Rosario. La historia -la paradoja de esa dictadura que quemaba libros y abría universidades- siguió hasta 1972 con la creación de las facultades de Bioquímica y de Arquitectura, la finalización del edificio de Odontología y la creación de la Facultad de Ciencias Veterinarias. Aun así, los funcionarios de la dictadura sintieron alguna vez el pulso del repudio popular, como la lluvia de huevazos que cayó sobre la comitiva oficial en Santa Fe y Vera Mujica cuando se estrenó el edificio de la Facultad de Odontología.
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