Jorge Benazar
Tal vez por atavismos coloniales, por el cómodo hastío de la pachorra burocrática, o por el calor y la humedad, las "fuerzas vivas" de la muy noble y antigua ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz -siempre recostadas sobre el muelle colchón de la renta pública- dormían la siesta. Para hacerlo, había que hacerlo bien: de un solo tajo. Nada que turbara el añejo sopor capitalino. Entre los juramentados -no más de cuatro o cinco- el secreto era la clave: prudentes sondeos, diálogos reservados, reuniones en casas de familia o en despachos privados, correspondencia en gruesos sobres lacrados. Desde el mismísimo Rectorado santafesino, la creación de la Universidad Nacional de Rosario estaba en marcha. En 1967 y por decreto de Juan Carlos Onganía, el abogado rosarino José Luis Cantini -hasta entonces vicerrector de la Universidad Tecnológica Nacional- había reemplazado a Manuel de Juano en el rectorado de la Universidad Nacional del Litoral. "La creación de la Universidad Nacional de Rosario fue tarea de muy pocas personas; necesitábamos el sí del gobierno nacional y teníamos que guardar secreto porque sabíamos que la ciudad de Santa Fe reaccionaría", recuerda Cantini. La iniciativa no era nueva: venía desde comienzos del siglo XX, cuando la inmigración, la actividad del puerto y el desarrollo de la industria y del comercio habían convertido a Rosario en la capital económica de la provincia. En 1912, el diputado Luis González fogoneaba en la Cámara baja santafesina la fundación de dos facultades en Rosario -Ingeniería y Medicina- según ideas de Luis Laporte. Varios legisladores nacionales impulsaron la creación de una universidad local -nacional o federal- durante 1913: los diputados Rafael Castillo y Estanislao Zeballos, lo mismo que el senador nacional Joaquín V. González. Pero ninguno de esos proyectos llegó a debatirse. La del Litoral era, en 1967, una universidad regional. En Santa Fe funcionaban su sede de gobierno y las facultades de Ciencias Jurídicas y Sociales y de Ingeniería Química. En Paraná, la Facultad de Ciencias de la Educación, y en Rosario las de Ciencias Médicas, Odontología, Ciencias Matemáticas, Ciencias Económicas, Filosofía, Derecho y Ciencias Agrarias. Con la sonrisa entre dos aguas, Cantini no desmiente hoy que su condición de rosarino influyera en la decisión de partir en dos a la UNL, aunque prefiere poner el acento en las "razones de eficiencia académica y administrativa" que tuvo en cuenta. Según el ex rector, "la dispersión geográfica de la UNL generaba problemas burocráticos y conspiraba contra el concepto mismo de universidad". Lo cierto es que, con sede en Santa Fe y a partir de un estatuto, un presupuesto, un Consejo Superior y un Rectorado únicos, funcionaban dos estructuras administrativas y académicas paralelas. La extensión territorial y la torpe estructura burocrática demoraban cualquier decisión nimia o importante. Cantini ilustra esos mecanismos arcaicos: "Una consulta de mero trámite partía del Rectorado en Santa Fe, llegaba a Rosario al decano de la facultad A, la respuesta volvía a Santa Fe, de allí regresaba a Rosario al decano de la facultad B, quien contestaba a Santa Fe y la historia se repetía hasta que, por fin, el rector conseguía reunir los datos y las opiniones que había pedido". No existía el fax ni, por supuesto, el correo electrónico: entre sus empleados, la UNL tenía un cuerpo de mensajeros que a diario y por la ruta 11 llevaban el papelerío. En realidad -más allá de enredos entre escribientes- mientras los pobladores del sur de la provincia necesitaban que la educación superior respondiera a sus intereses, la Universidad Nacional del Litoral aparecía como la expresión académica del poder político y burocrático concentrado en la ciudad de Santa Fe. Por eso Cantini trabajó -siempre en secreto- sobre el análisis de las estructuras duplicadas que encontró al llegar al Rectorado. No era difícil crear la Universidad Nacional de Rosario: las facultades y los institutos ya existían. Sólo faltaban el Rectorado y la constitución de las secretarías. De hecho, el proyecto implicaba la división proporcional del presupuesto de la Universidad Nacional del Litoral para asignar a la de Rosario los fondos acordes con su matrícula, número y rango de sus docentes y sus demandas funcionales. Para formular el proyecto, el rector y su pequeño equipo reunieron antecedentes legislativos, estudiaron la población estudiantil de las universidades nacionales, compararon las matrículas y los cuerpos docentes de Santa Fe y de Rosario, y analizaron el presupuesto y el crecimiento académico que, desde su creación en 1919, había alcanzado la Universidad Nacional del Litoral. Al mismo tiempo, trabajaron para convencer al elenco de Onganía. El 29 de noviembre de 1968, cuando los durmientes de Barrancas al norte despertaron de su siesta, ya era tarde. José Mariano Astigueta, subsecretario de Cultura y Educación, y Guillermo Borda, ministro del Interior, habían refrendado la ley 17.987 que, con la firma de Juan Carlos Onganía, formalizaba la creación de la Universidad Nacional de Rosario.
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