Osvaldo Aguirre / La Capital
La crónica policial es el registro cotidiano de la violencia. El crimen y el robo suelen ser el desenlace de historias que se incuban largo tiempo y al estallar de manera irreparable constituyen la noticia del día. Sin embargo, hay episodios que no se encuadran en ese marco: resultan extraños e inexplicables, desafían la verosimilitud y hacen pensar, por un momento, en la aparición de algo fantástico. En la última semana hubo una sucesión de tales anormalidades. En el primer caso, un chico de 16 años, alumno de la Escuela Constancio C. Vigil, dijo que un grupo de cuatro hombres lo obligó a subir a una Trafic y lo tuvo cautivo una hora para hacerle una extracción de sangre (ver aparte). Luego, una mujer de 25 años afirmó que le pasó lo mismo en Colón y 24 de Septiembre, aunque aquí sólo se trataba de un desconocido. Por último, una estudiante de 15 años de la escuela de Oroño 690 afirmó que un hombre la hizo subir a un auto, la durmió con un somnífero y finalmente la dejó en pasaje Público, entre Colombres y Donado, donde la habrían encontrado dos jóvenes. Los tres casos presentan semejanzas significativas. La más visible es la presencia de una Trafic (azul en un caso, blanca en otro), un vehículo que aparece relacionado con frecuencia con sucesos extraños. En denuncias realizadas en años anteriores vecinos de distintos puntos de la ciudad afirmaron tener referencias sobre el paso de distintas Trafic a bordo de las cuales individuos desconocidos tomaban fotos o filmaban a chicos. Otro rasgo particular de estas denuncias es que resulta imposible identificar a los autores de los presuntos ataques. En el caso de Brenda, la estudiante de la escuela de calle Oroño, se trataba de un hombre con lentes oscuros, gorra y que por añadidura circulaba en un auto con vidrios polarizados; en los otros episodios, el único dato es que tenían chaquetillas de enfermero. Esa dificultad se refuerza además por el hecho de que los agresores no dejan huellas de sus pasos. Es llamativo que nunca puedan obtenerse datos más precisos sobre los vehículos en qué circulan: el número de patente, por ejemplo. De igual manera, en denuncias que se presentaron sobre supuestos intentos de robo de chicos también se aludía a desconocidos que ocultaban sus rostros o circulaban en Trafics o vehículos con vidrios polarizados y de esa manera jamás podían ser individualizados. Lo más extraño consiste en que estos hechos no tienen sentido aparente. Los presuntos agresores no manifiestan ningún propósito con sus acciones: no dicen para qué sacan sangre a la gente o por qué razón las hacen dormir y las abandonan lejos de su hogar. Este misterio es respondido con hipótesis muy divulgadas: todo tendría relación, pero de una manera que no se entiende, con el tráfico de órganos o el robo de chicos. Si el tráfico de órganos sólo parece tener sustento en la fantasía popular, el robo de chicos ha quedado acreditado en casos concretos. Pero las evidencias obtenidas -por ejemplo en la investigación de la presunta sustracción del hijo de Alba Torres, que sigue el Juzgado de Instrucción de la 3ª Nominación- indican que los apropiadores nunca proceden tomando fotos, haciendo filmaciones o sacando sangre sino en base a la complicidad de funcionarios y profesionales corruptos. La historia relatada por Brenda tiene la misma estructura de una leyenda urbana bastante difundida: una persona conoce a un desconocido, pasa un breve período de tiempo con él, se duerme (o es dormida) y al despertar descubre que ha sido abandonada. Ese momento coincide con la revelación de un suceso terrible, algo irreparable que ha provocado ese desconocido. Esta última peripecia no se ha dado en el caso de la estudiante rosarina. El presunto suceso que tuvo como víctima a los dos adolescentes mencionados se vincula además con un temor difuso pero muy en boga en las escuelas rosarinas: el miedo a los secuestros. De hecho, el viernes se dispuso una custodia policial en la escuela de calle Oroño. A partir de algunos casos resonantes -el de Cristian Riquelme- los secuestros express aparecieron en la prensa de Buenos Aires como el fenómeno delictivo del momento. En Rosario no hubo ningún episodio hasta ahora, pero al parecer en varias escuelas se manifestó la preocupación de docentes y padres por prevenir tales situaciones. Los hechos en cuestión terminan por plantear una paradoja notable: no pueden ser verificados porque carecen de datos concretos, pero al mismo tiempo, por ese mismo déficit, tampoco pueden ser desmentidos. De esa manera, con la contribución de los medios de comunicación, se mantienen como sucesos inexplicados.
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