En aquel tiempo, antes de este país, el de ingeniero naval no era mal oficio. Aunque muchos de los barcos que entraron en servicio a principios del siglo XX provenían de astilleros extranjeros, la mayoría de ellos ingleses, pronto se desarrolló la industria naval argentina. En La Boca, sobre todo, los astilleros empleaban a numerosos profesionales y a miles de técnicos y obreros en el diseño y la construcción de embarcaciones fluviales y de alta mar. Entre algunos nombres de esas naves hechas en estos pagos, como el Anita Berthé, de 1902, están otros con sabor a ópera que salieron del astillero boquense Castellani&Solazzi: La Forza del Destino, Otelo, La Bohème, Giussepe Verdi, La Traviata, La Favorita, todos diseñados para pasar los rápidos tortuosos del Alto Paraná y bajar hacia el Río de la Plata con cargas de yerba y de madera de pino. Desde 1945 hasta la década de 1980, varios astilleros privados construyeron centenares de barcazas de empuje para las flotas estatales, diseñadas para cargas secas y líquidas. Muchas de esas embarcaciones, hoy en manos privadas, pasan aún frente a las costas de Rosario.
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