Durante el gobierno de Raúl Alfonsín empezó la agonía de la Flota Fluvial del Estado y de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (Elma). La primera cubría servicios de pasajeros y de carga en las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay; la segunda, hacia 1987, aún tenía 55 buques de alta mar que operaban en todos los océanos con líneas regulares a Japón, Estados Unidos, Canadá, el golfo de México y la costa este norteamericana, la Europa mediterránea y la Europa atlántica hasta Rusia. Bajo la bandera de Manuel Belgrano -fundador de la Escuela Nacional de Náutica-, los barcos fluviales y los ultramarinos del Estado transportaron las exportaciones argentinas a todo el planeta según fletes que respondían a los intereses nacionales. En tierra o embarcados, miles de argentinos fueron el alma de la flota nacional. Capitanes, oficiales, maquinistas, profesionales expertos en negocios de cargas, de fletes y de servicios portuarios. Ingenieros navales argentinos, formados en universidades argentinas, diseñaban barcos argentinos, dirigían su construcción y se ocupaban de su mantenimiento; ingenieros en hidráulica, también argentinos, conducían las operaciones de dragado y mantenían los accesos portuarios y las vías navegables. Carlos Menem degradó a Subsecretaría de la Marina Mercante a la antigua Secretaría de Intereses Marítimos de la Nación y encargó el resto del trabajo a Luis Santos Casal. El funcionario, gracias a las leyes que pondrían a la Argentina en el Primer Mundo, dirigió el desguace de la Flota Fluvial del Estado. Luego, desde la presidencia de Elma, terminó su tarea. En el mar de las ventas y las privatizaciones se fueron a pique los barcos que, en los ríos y en los mares, habían enarbolado la bandera de Belgrano.
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