Sebastián Riestra / La Capital
Debo confesar que, si bien no en el contenido, adhiero al tono de las declaraciones que sobre los argentinos realizó Jorge Batlle. Exclamaciones parecidas, al menos en su crítico nivel de generalización, suelen partir de mi boca cuando un automovilista pasa un semáforo con la luz roja o dobla sin encender el guiño. También me despierta similares conceptos el comportamiento de aquellos que arrojan basura en la calle, practican la descortesía como hábito cotidiano o simplemente realizan su trabajo (por el que perciben una renta, alta o baja, justa o injusta) con un desamor absoluto, que no sólo los afecta a ellos sino a quienes de esa labor dependen en mayor o menor grado. En esos momentos, corresponde admitirlo, de mis labios surgen profundas opiniones del estilo "qué va a ser, son argentinos" o un largo etcétera de rezongos parecidos. Batlle cayó en la misma trampa. En su aparente afán de definir a la paupérrima dirigencia política nativa incluyó a todos los gatos en la misma bolsa. A mi memoria llegó como un relámpago, apenas me enteré del exabrupto del mandatario oriental, un artículo escrito por un coterráneo suyo cuyo nombre por ahora me reservo. Fue publicado en el lejano año 1941, bajo el título "¿Xenofobias a mí?", y decía cosas como esta: "Entre las trabajadas joyas que ha burilado el hombre de la calle uruguayo para resumir largos años de reflexión, voy a escoger dos o tres, o cuatro o cinco, llenas de originalidad y diferenciadas por sutiles matices. "Judío y basta. Francés y basta. Napolitano y basta. Gallego y basta. Alemán y basta. Argentino y basta. Estas frases sirven admirablemente al hombre de la calle para dejar establecidas las superioridades del genio de la nacionalidad sobre toda clase de competidores. No hay, claro, una regla inflexible para la aplicación de las apuntadas frases. La filosofía del hombre de la calle es viva y como tal cambiante. Pero pueden encajar en los siguientes e hipotéticos casos... (Resumiendo): "Si usted conoce a algún hermano argentino que sea ventajero para jugar o vanidoso en exceso, ya lo puede rematar con la frase preparada por más discursos de confraternidad que se hayan pronunciado o que se proyecten. ¿De acuerdo, verdad? Pero ahora viene lo bravo. Deje por un momentito lo que está haciendo y mire a su alrededor. Se encontrará, por paladas, con nietos de Juan Moreira, más criollos que el tala, que juegan y viven con trampa y que no revientan de vanidad porque tienen el cuero flexible". Y basta. La cita es larga, pero vale la pena. La escribió un tal Onetti, Juan Carlos, que integra esa categoría de individuos que, hayan nacido en el centro rosarino o en Turkmenistán, contribuyen a dar valor al lugar en que vinieron al mundo. Por eso, quien se animara a decir que "los uruguayos son una manga de... (algo)" no debería olvidar que está incluyendo en esa "manga" a Onetti. O a Felisberto Hernández. O a Alfredo Zitarrosa, Jaime Roos, Enzo Francescoli. O a quien quieran. Pero Batlle lo hizo y muchos argentinos no sólo no se enojaron sino que, además, manifestaron estar de acuerdo. ¿A quién habrán elegido como espejo de su propio país para llegar a tan oscura conclusión? Pregunta peligrosa. Pero seguro que no pensaban en San Martín, Belgrano, Julio Cortázar, Angel Labruna o Aníbal Troilo. Y lo más triste es que algunos de ellos, después de votar por Internet, se subieron al auto y pasaron un semáforo en rojo. O tiraron basura en la calle. O... En fin, qué se le va a hacer. Son argentinos.
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