| | Roa Bastos, un escritor entre viajes y exilios A los 85 años, de regreso en Asunción y a pesar de su mala salud, trabaja en una serie de textos inéditos
| Jorge Boccanera
El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos vive desde hace 5 años en Asunción tras un exilio de 52 años, se levanta todas las mañanas a escribir y dedica parte de la tarde a la lectura. Su salud resquebrajada en el último tiempo -sufrió un derrame y una operación al corazón- no detuvo esa usina de ficciones que trabaja sobre textos inéditos. El 13 de junio cumplirá 85 años y no ceja en su labor de colocar voces diáfanas a los rostros difuminados de la historia de su país. A su extensa obra narrativa que incluye títulos como "Hijo de hombre", "Yo el supremo" y "El fiscal", se sumó el año pasado un delicioso texto a modo de nouvelle que integró el libro "Los conjurados del quilombo del gran Chaco", basado en la devastadora guerra del Paraguay con la Triple Alianza. -Usted nació en una zona de cuadrilleros del ferrocarril, ¿ese cruce de vías se relaciona con su destino de viajes? -Nací aquí en Asunción, pero me llevaron de muy pequeño a un pueblecito, Iturbe, que está sobre la vía férrea, la única que hay en Paraguay y que ya no funciona. Pasé toda la infancia y parte de la adolescencia en contacto con la naturaleza, que fue para mí fuente de estímulos muy profundos -Pero siguió viajando por el interior. -Sí, como periodista. Inicié acá la práctica de reportajes al país, hice viajes de varios meses por los yerbales donde subsistía el trabajo esclavo, yo publicaba esas crónicas. -Y le tocó ser corresponsal en la Segunda Guerra Mundial. -Fue una especie de pesadilla. Llegué después del armisticio. Hitler se había suicidado en la cancillería, pero seguía la guerra. Los submarinos alemanes correteando por todo el mar del norte y me tocaba hacer un largo viaje hasta casi rozar la zona ártica y volver a bajar; fue una travesía larguísima. -En su obra concurre una visión que tiene raíces en la cosmogonía indígena. -A mí me interesó siempre el mundo indígena como una especie de realidad candente, de la vida desgraciada que llevan estos primitivos pobladores. Remontándome a los orígenes, incluso, para captar toda esa veta muy rica de etnología y su influencia en el mundo moderno, de qué manera hubo ruptura, se separaron las vertientes y quedó todo eso como islas culturales. Y de resistencia, por qué no. Yo hice varios viajes a asentamientos indígenas que eran nómadas, de vida ambulatoria, los arrojaban de un lado, iban a otro, vivían ese destino de marcha forzada. Empezaba la conquista por parte de la gente blanca, de la selva, del desierto, de los ríos; fue un exterminio lento que todavía dura hasta los últimos representantes de esta etnia. -¿Del mundo indígena rescata un sentido de comunidad? -Por supuesto. Esta sociedad tendría mucho que aprender de la sociedad indígena desde la solidaridad, la fraternidad. Hay una institución que tiene un nombre guaraní, yopoi, que es el modo natural de colaborar en una tarea común. La solidaridad es casi la identificación total de un grupo de gente que está metida en una causa, en un trabajo, en una lucha, incluso en la desesperación de una huida, que une tanto. -Usted pasó muchos años de su vida en el exilio. -Sí, y ahora después de 52 años de ausencia forzosa, volví a reinstalarme acá. Estuve trabajando con los jóvenes, hay un gran abandono desde el punto de vista docente y didáctico porque existe poco interés de parte de los poderes públicos. Tuve talleres para niños, para inducir a escribir cuentos infantiles que es una manera de abrir un poco su visión del mundo. -Háblemos de su vida en Buenos Aires. -Llegué a Argentina en 1947 y me quedé 22 años. Hice toda mi obra allí, por eso dije alguna vez que si yo debería ser juzgado por mi trabajo, yo era argentino. La frase algunos la tomaron muy mal, casi me fusilan. Trabajé como guionista de películas de clase B o C. Tenía que ganar el "condumio" como dirían los españoles. -El narrador Daniel Moyano contaba que usted siempre estimuló a los jóvenes escritores argentinos. -Me gustaba transmitirles estímulos en direcciones un poco apartadas de lo usual. Me interesan Juan José Saer, el propio Moyano y David Viñas y también algunos "raros" como Macedonio Fernández y soy un asiduo lector de Borges. -¿Qué libro suyo siente más cerca de esa experiencia? -Toda mi obra fue escrita en el exilio, pero la que quizá profundice más esta experiencia del destierro como segregación, como corte de una determinada vida, un corte brusco y un recomenzar otra vida totalmente distinta, sea "Hijo de hombre". -¿Qué está escribiendo actualmente? -Una novela ("Un país detrás de la lluvia") y un libro de aforismos, proverbios rebeldes. También hay una novela inconclusa, "La caspa", de ciencia ficción. Tiene que ver con el desastre nuclear. La empecé después de la bomba de Hiroshima y la dejé porque no sentía que fuese el tiempo. Algunas veces la releo para ver en qué medida ha ido envejeciendo sin haber vivido todavía. -Usted dijo en una ocasión que el tema elige al escritor. -Sí, hay cosas que impresionan más fuertemente que otras, entonces uno prefiere escribir sobre esos temas, aún cuando a veces esos temas le rehúyen a uno, por su complejidad. -No convertir la realidad en palabras sino hacer que la palabra sea real. Es otro concepto suyo. -La función de la palabra es expresar, y expresar cosas significa una mediación, tratar de traducir la visión de una realidad que nunca es completa. La palabra tiene que estar cargada de una realidad que sea realidad en sí misma y no solamente una copia de algo que se ve.
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