Italia 1934, Argentina 1978. Dos competencias deportivas signadas por un mismo denominador: la utilización política por parte del gobierno de turno. La Italia fascista de Benito Mussolini organizó el Mundial de 1934 y fue la gran oportunidad del Duce para demostrar que su régimen era la apoteosis de la organización social, más allá de intentar demostrar una supuesta superioridad racial. Nadie dudó del efecto de la propaganda fascista. Todos hablaron del "Mundial de Mussolini". El mensaje del Duce a los jugadores antes de la final con Checoslovaquia ("Vencer o morir") o el del mismo dictador al entrenador Victorio Pozzo "Dios lo ayude si llega a fracasar", son todo un símbolo de la importancia que tenía para el sistema el logro de la Copa del Mundo. Un dato que no es menor: en el estadio del Partido Nacional Fascista (actual estadio Flaminio, en la capital italiana), 45 de las 55 mil personas que presenciaron la final eran funcionarios del partido fascista italiano. A pesar de arrancar perdiendo el partido, Italia dio vuelta el marcador y la copa que Mussolini no quería perder finalmente quedó en casa. La "energía de la desesperación", según relató el autor del gol de la victoria, Schiavio, salvó a toda una generación.
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