Durante parte del día Máximo Cerliani (27 años) hace promociones para una marca de caldos. Pero al mediodía se transforma en Max Malabar, un payaso que en el semáforo de Pellegrini y San Martín hace destrezas con un diábolo. Máximo es uno más de los tantos artistas que decidieron tomar la calle como escenario. Y sabe que la apuesta no es sencilla: en un minuto y medio debe seducir a un público cada vez más esquivo y arrancarle una sonrisa y una moneda. De todas formas no le va mal, en una hora puede llegar a juntar unos 10 pesos.
"Trabajar en la calle es diferente. Tenés que buscar algo sumamente sintético y de impacto para que en un minuto la gente decida si le gusta o no", explica Máximo, que ya lleva seis años dando funciones en calles, parques y plazas de la ciudad.
Rubén Orsini (26 años) trabaja desde hace seis años de titiritero. Y dos o tres días a la semana carga un carrito donde guarda una tarima, un pequeño equipo de audio y dos marionetas: Chaplin y el mono Robertito. Así se instala en la peatonal o el mercado retro y despliega dos obras de no más de 30 minutos cada una.
Hacer un espectáculo en la calle es para Rubén "la máxima realización" de un artista. En media hora veo pasar al público por tres actitudes. Primero desconfían, después se dejan seducir y al final aplauden. Eso es lo máximo", dice.
Rubén fue cerrajero y vendedor ambulante. Después estudió mimo. Tanto él como Máximo reconocen que en los últimos tiempos hay más gente trabajando en la calle. Pero expresan sus reparos. "Generalmente se da por etapas. Muchos prueban, pero de ahí a que esto se convierta en un oficio es diferente", dice Rubén.
Máximo también tiene sus peros: "Hay muchos más trabajando, sobre todo en los semáforos. Pero por ahí te encontrás con el que no tiene ningún recurso, aprende a tirar tres pelotitas y con esto sale a la calle. De ahí a que sea artista hay un trecho".
Desde hace tres años Hugo Cardozo (40) y Roxana Davoli (40) bailan tango en Córdoba entre Mitre y Sarmiento. "La primera vez que salimos sentíamos que la gente nos miraba como bichos raros. Después comprendimos que no trabajábamos para un público específicamente tanguero o para gente que va a ver un espectáculo. Bailamos para los curiosos y para ellos hay que preparar la función", aseguran.
Entonces, encontraron la oportunidad de difundir la cultura tanguera. Imprimieron cuadernillos con las biografías de algunos intérpretes y orquestas y comenzaron a distribuirlos entre quienes se acercan a verlos bailar.
Cardozo es domador de caballos y trabaja en el Hipódromo y en el campo. Davoli es jefa contable de un laboratorio. Pero en la peatonal son Hugo y Roxana, la pareja de tango. "Ahora llegamos y ya hay gente que nos está esperando", apuntan. Y aun así reconocen que el trabajo en la calle no es fácil y que muchas veces pensaron en aflojar. "Pero siempre aparece alguien que emocionado nos pide que bailemos una milonga que cantaba el padre o te agradecen por estar ahí. Entonces eso es un empujón para seguir adelante".
Al momento de pasar la gorra esto tendrá otra recompensa. Rubén se niega a revelar cuánto gana: "Me alcanza para vivir", sugiere. Máximo confiesa que le va "bastante bien" y que en una hora puede sacar 10 o 15 pesos. Hugo agrega que también se puede hacer un poco más, pero que es muy relativo. "Hay días que después de bailar unas dos horas juntamos cien pesos, pero otros no sacamos ni para el remís", dice.
Sólo con permiso
La actividad de estos artistas está regida por una ordenanza municipal que impone la obtención de un permiso de trabajo. Mario Mantica es coordinador de gestión de la Secretaría de Cultura municipal y el encargado de firmar estas licencias. En su oficina se acumulan unos 200 permisos por año, y la cifra crece. De todas formas, el funcionario reconoce que "hay mucha gente trabajando sin papeles, sobre todo los malabaristas de los semáforos".
En calle Córdoba la situación es distinta, hay más control y eso lo aprendieron muchos músicos y bailarines después de pasar hasta horas demorados en una comisaría. Es que en las peatonales no se autorizan más de dos funciones por cuadra y tampoco se pueden montar espectáculos en las plazas Pringles, San Martín y 25 de Mayo, ni en el parque a la Bandera o el Independencia, o en inmediaciones de hospitales, sanatorios o escuelas.
"La necesidad de trabajo ha impulsado a muchos artistas a salir a la calle. Las artes urbanas son una alternativa para poder expresarse y, además, conseguir algún dinero para vivir", sostiene Mantica.
Sin embargo, ni Rubén, ni Máximo ni Hugo reconocen un interés puramente económico. Están en la calle para realizarse, desoxidarse o difundir la cultura. Después, sólo cuando este objetivo se ha cumplido, sonríen y pasan la gorra.