Marcos Cicchirillo / La Capital
A lo largo de la caravana, todos los bancos privados ubicados por calle Córdoba (a la ida) y por Santa Fe (de vuelta) fueron los únicos blancos elegidos para detener la marcha. El ruido de la cacerolas anoche "encantó" a miles de personas que se fueron sumando a medida que avanzaba la columna. Las banderas argentinas predominaron por sobre los colores partidarios. Sólo algunas agrupaciones de izquierda presentaron credenciales. El resto de las pancartas identificaban a organizaciones sociales, como Los Angeles de Lata (del barrio Ludueña) o Argentina para los Argentinos (fundamentalmente vecinos del centro de la ciudad). El centro de Rosario parecía el escenario de las canchas, con vendedores de gaseosas y gorritos que intentaban parar la olla en el cacerolazo. "Hoy vendí más que en un partido de Newell's o Central", contestó Horacio, uno de los vendedores ambulantes de bebidas que siguió con su bicicleta toda la marcha. Más de uno aprovechó la oportunidad para refrescar la garganta en medio de una tribuna que destiló insultos a toda institución que se cruzó por la cabeza de la gente. La columna invitaba con sus cotidiáfanos a sumarse a protestar, incluso algunos buscaron incorporar a la marcha a las jóvenes de un conocido local donde se puede encontrar cariño por escasos pesos. Otros, menos curtidos en manifestaciones, empilchaban de viernes a la noche. Del Monumento al boliche. Algunas retinas recordaron viejas épocas, donde las marchas no tenían formato televisivo y la masividad estaba en las calles y no frente a las pantallas del televisor. Un padre sentado en las escaleras del Monumento junto con su hijo que no alcanzaba la veintena de años, no sin nostalgia, le contó: "Sabés, desde el 83 que no veía una cosa así". La cantidad de gente que se dio cita anoche fue superior a la que se registró el 19 de diciembre cuando al ritmo de las cacerolas Fernando de la Rúa debió escapar del gobierno. Las repercusiones de la movilización comenzarán a develarse en las próximas horas. Por lo pronto, la sensación que quedó clara es que la gente le perdió el miedo a reconquistar el espacio público, donde la representatividad está en la muchedumbre y no en una chequera en blanco para algún líder en particular. Además, hoy, todo se paga al contado.
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