Quizá el único dato positivo fue la novedad de que una pueblada haya derribado a un gobierno constitucional. Lo demás fue una vorágine institucional y económica de una dimensión imposible de olvidar, y hasta de comprender. Cuando De la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero, el 20 de diciembre pasado (el 21 le aceptarían la renuncia), la feroz represión a manifestante había dejado alrededor de treinta muertos en todo el país. Pasaron treinta días en los que hubo cinco presidentes, la convertibilidad se esfumó y el peso se devaluó después de una década. Pero el cacerolazo que terminó con De la Rúa aún no se acalló: la grave crisis económica y social, la bronca contra el corralito y el retorno del fantasma de la inflación profundizan el malestar de una población que sigue expresando su disgusto. El principio del fin fue el cacerolazo del 19 de diciembre, liderado por el hartazgo de la clase media y cuando los saqueos arreciaban en varios puntos del país. Al día siguiente la protesta se generalizó y los muertos se contaron por decenas. De la Rúa dejó el poder tras dos años de mandato. Luego se sucedieron en la Presidencia los justicialistas Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá (destituido por otro cacerolazo), Eduardo Camaño y, finalmente, Eduardo Duhalde. En medio de estas designaciones hubo cambios profundos, violencia y medidas controvertidas. Hasta un llamado a elecciones (luego anulado) para el 3 de marzo. En Año Nuevo la Asamblea Legislativa designó a Duhalde hasta el 10 de diciembre del 2003. Su tarea recién comienza y la población espera resultados sin soltar las cacerolas.
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