Año CXXXV
 Nº 49.365
Rosario,
domingo  20 de
enero de 2002
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La Serena, cerca de las estrellas
La localidad dispone de seis kilómetros de playas a las que acompaña la avenida del mar

Para los sanjuaninos La Serena es una playa cercana; sólo hay que cruzar la cordillera andina por el paso de Aguas Negras, adentrarse en la región chilena de Coquimbo y viajar algo menos de doscientos kilómetros para llegar al Pacífico.
El camino va bordeando el valle del río Elqui y pasa por Vicuña, donde hay dos buenas razones para detenerse. En esa ciudad nació Gabriela Mistral, la gran poetisa de Chile, y allí se elabora, en dos plantas pisqueras, casi todo el pisco chileno.
Más adelante aparece el Observatorio Astronómico del cerro Tololo, desde el que se ve la rutilante Vía Láctea. Los científicos coinciden en que el cielo de esta comarca chilena es de los mejores del mundo para la observación.
La Serena es una sucesión de playas de 6 kilómetros que acompañan el trazado de la avenida del Mar, una costanera donde el visitante encuentra todo, desde hoteles y aparts hasta condominios, bares y boliches. Por allí pasa la movida turística.
Hacia el oeste la playa de moda es Totoralillo, con costas especiales para el buceo y un balneario con sombrillas al mejor estilo de la Polinesia. La Herradura es famosa por sus aguas cálidas, Guanaqueros asoma en medio de una pequeña caleta, y Tongoy es la más cercana al cordón montañoso Lengua de Vaca.
Desde el litoral marítimo se ve la silueta de tres islas cercanas a las que llegan lobos y pingüinos, delfines y pelícanos. Las tres integran la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, donde se puede acampar y disfrutar del espectáculo natural.
Pero la verdadera ciudad está escondida arriba, como una terraza asomada al océano. Cuentan que en verano, cuando el sol cae a pleno y los turistas invaden las playas, los pobladores de La Serena, algo más de cien mil, se refugian en lo alto. Ciudad de edificios chatos por ordenanza municipal, La Serena tiene resabios de tiempos de esplendor y de lucha, y una sutil mezcla de estilos.
El renacimiento dejó su impronta original en la iglesia de San Francisco, y el barroco asoma tímidamente en las piedras blancas de la restauración traídas de Alto Peñuelas.
Uno de los sitios más típicos es La Recova, el mercado municipal donde todo se pregona a viva voz. Un buen lugar para caminar morosamente y comer papaya confitada, mientras se admiran las joyas que los artesanos trabajan en lapislázuli.
Los orígenes de la ciudad se encuentran en la Plaza de Armas, donde hay algunas casitas de piedra y adobe como las del tiempo de la doble fundación, allá por el siglo XVI. Porque La Serena, como muchas otras del nuevo mundo, tuvo que ser fundada dos veces.
La primera en 1544, por Pedro de Valdivia, a quién los nativos se le resistieron. Y cinco años después refundada por Francisco de Aguirre, tras una guerra tan cruenta como inevitable.
El que intentó saquearla sin conseguirlo fue Francis Drake, quien se dice dejó en ella un tesoro escondido. Por eso, los primeros turistas que llegaron a La Serena eran aventureros que buscaban el valioso botín.


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