A un mes de la furia, el miedo no pasó. La indignación tampoco. Viven atrincherados en sus locales y atienden con las persianas bajas. Están alerta. Otros, en cambio, ya no pudieron volver a abrir y hoy son nuevos excluidos. Todos tienen algo en común: son comerciantes rosarinos y hace un mes fueron víctimas de los saqueos que se expandieron por la ciudad con inusitada violencia. Los que pueden, intentan rehacer sus vidas mientras por la vereda más de un vecino pasa con la cabeza gacha para evitar cruzales la mirada. "Ese me saqueó", señalan mientras mastican la bronca. Algo es seguro, la furia los cambió.
En San Martín al 6500 el tiempo parece haberse detenido. El supermercado El Unico aún permanece con las ventanas destrozadas, algunos adornos navideños colgando de las paredes y todo el mobiliario tirado en el piso. Góndolas desparramadas se entremezclan con restos de mercadería que no pudieron llevarse las más de 100 personas que ingresaron hace un mes. Ese mismo día, el dueño cerró las puertas y ya no las volvió a abrir.
"Lo reventaron", dice Omar, un vecino de 50 años que intenta explicar el infortunado destino del propietario del supermercado. "Desde el día en que le llevaron todo, no lo vimos más. Es una lástima, porque era un tipo macanudo que a más de uno lo sacó de un apuro anotándole alguna que otra cosita", se lamenta.
El saqueo no sólo perjudicó al barrio, también cambió algunos estilos de vida. Desde ese día, hacer las compras ya no es igual que antes. En San Martín y Batlle y Ordóñez las puertas del autoservicio Alemar están cubiertas por dos volquetes llenos de arena y vidrios. Para ingresar, los vecinos deben sortear primero la improvisada trinchera para luego esperar el turno. Es que se ingresa en grupos de no más de diez personas. "No queremos que se junte mucha gente adentro", explica una empleada.
La imagen de las vidrieras mostrando la mercadería es, en este barrio del sur rosarino, una postal del pasado. La carnicería soldó dos gruesas chapas al frente y una pequeña boutique también se fortificó.
Los vecinos están convencidos de que "gran parte de los saqueadores no fueron del barrio. Muchos no tenían hambre, porque hasta vinieron con camionetas a llevarse los freezer y las balanzas del supermercado", asegura Daniel, un vecino que vive en Las Flores desde hace 16 años.
La furia de aquel 19 de diciembre se expandió por todos lados. Esa tarde, la policía dispersó a los tiros a unas 100 personas que exigían comida en la puerta del supermercado La Reina. En la corrida, la gente saqueó los comercios de la zona. El Pepo I, en Saavedra y Juan Manuel de Rosas, fue uno de ellos. Hoy, un mes después, el comercio vuelve a tener sus puertas abiertas. "Perdí muchísimo y ahora tengo miedo de que vuelvan", confiesa su dueño, que prefiere identificarse tan sólo como Pepo.
"A uno de los que entró a saquear lo conozco de chiquito", asegura, y admite que no cerró el local por los empleados. "Estoy alambrando todos los días, pero no tengo otro remedio más que seguir adelante", señala.
La calle fantasma
"Desde los saqueos, acá parecen todos los días feriados. Está todo parado", admite Oscar, un fletero que tiene su negocio en Lavalle al 3500. Es que gran parte de sus cargas consistían en trasladar los electrodomésticos que la gente compraba en el Supermercado del Sol, ubicado a metros de donde estaciona su flete, y que desde aquel fatídico día ya no volvió a abrir.
"Estamos muy apenados, todo el barrio está triste. Era un súper modesto, pero era el único que teníamos. Ahora tenemos que caminar ocho cuadras para llegar a otro", se lamenta.
El frente del súper es hoy una gran persiana verde y el movimiento comercial de la zona es sólo un recuerdo. Como el trabajo de los 8 empleados del local.
A unas cuadras de allí, en Avellaneda y Garay, el dueño de la carnicería El Gran Pollo intenta retomar su vida habitual. Pero ya nada es igual. Hace un mes defendió con uñas y dientes el negocio y evitó que lo saquearan. Hoy, trabaja con las persianas reforzadas y en un permanente estado de alerta.
"Volví a abrir recién el 7 de enero porque por miedo me llevé todo, trasladé heladeras y freezer, y me instalé adentro con siete muchachos que me dieron una mano", recuerda. Entre esas manos también hubo armas dispuestas a disparar a quien traspusiera la puerta. Hoy, los gatillos siguen alerta.
Mientras tanto, algunos saqueadores evitan pasar por la puerta, quizás en un intento por esconder su culpa o camuflar la vergüenza. "Sé que muchos lo hicieron por hambre, pero la culpa no la teníamos los comerciantes", reflexiona el encargado.
Pasó un mes, pero el miedo y el alerta siguen. Están atrincherados porque temen volver a vivir lo mismo o directamente se fundieron. Son comerciantes rosarinos y el 19 de diciembre pasaron a ser víctimas de sus vecinos. Desde ese día, ya nada es igual.